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Apresurarse por llegar o por saber es la gran tarea en la que los humanos ponen siempre el objetivo y hasta el alma. Cierto es que es bueno llegar, alcanzar o saber -por fin- pero, como seres finitos, hemos de saber que cada día hecho ... hay un día menos por vivir. Por ello, por vivir hay mucho que lograr, pero seguramente hay que poner cuidado en cómo hacerlo, pues hay límites. En nuestra material encarnadura tiene especial relevancia el temor, por un lado, el temor material, el miedo a morir, a sufrir, a perder o a llorar y, de otro, estará la preocupación por el sesgo de nuestra conducta, que es intangible, es moral, o puede serlo. Esta prevención subjetiva, aunque basada en la religión, la ética, la autoexigencia, la buena fama, el compromiso, todas estas características, juntas, separadas o escogidas por cada cual, son ese límite del comportamiento que nos puede hacer tolerables, respetables o hasta admirables. Al final, hemos de valorar esa tradición romana de decirle al César: «Recuerda que eres mortal...». Y es que esto va y un día se acaba. Cada uno se lo puede tomar como quiera y puede guardarse, no pasarse de listo ni de déspota o llegar hasta donde crea, quiera o le dejen, pero el triunfo nunca es perfecto, completo o suficiente.
Desde que llegó Sánchez a la presidencia del Gobierno, su cargo como primer ministro se ha dilatado como nunca, también el grado de rechazo, quizá él creyó que esta alta jefatura era tanto como un trono a la antigua. Y, siendo muy importante y poderosa, resulta que tiene respuesta -según qué pase-, tiene topes, leyes o fielatos, que relativizan o acotan la capacidad de maniobra de su titular. A veces, a la luz de sus reacciones y algunas de sus palabras, parece que esta realidad ha decepcionado gravemente al líder socialista. Hoy, con la que cae, aún los corifeos y altos mandatarios, que protagonizan las comunicaciones del 41 congreso, hinchan su pecho para exhibir que «han llegado limpios», que no hay un coro gritando, que, si algunos o muchos discrepan o protestan, es porque «son golpistas». Quizá hayan construido una burbuja, que pone sordina a su alrededor, o puede que estén obligados a ignorar según qué cosas, pues de lo contrario no sería posible ni siquiera clausurar el cónclave. En cualquier caso, más allá de análisis concretos, que están ahí todos los días, cabe reprochar encarecidamente a la Moncloa este ruido infernal nunca visto en intensidad, escándalo diario y extrema gravedad. Es seguro que Pedro Sánchez cree que a él le merece la pena, pero también lo es que a España no, de ninguna manera.
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