Reconstrucciones

El turismo británico ha dejado de venir. Las razones son vagas, pero principalmente es la jindama que provoca un mundo desconocido y triste. Que nos maten el turismo no es una buena noticia y por eso hay que refundar la industria entre nosotros. En este tiempo extraño, la vida sucede entre rebrotes y vivir es que haya un bar abierto. Nos hemos acostumbrado a las barras profilácticas y sabemos que peor es el morir.

Lo gordo es que los británicos tienen miedo de bajarse al Sur a remojarse la Union Jack y eso tiene que tener su consecuencia directa en lo de los bolsillos patrios. Es verdad que Boris Johnson tenía una idea muy flamenca de pandemia y de futuro, pero la criatura no daba para más y así lo tenemos como un enhiesto surtidor de sombra, contagios y sueño.

Lo fundamental, y así lo hablo con el experto Sánchez Parra, es que la marca España y la marca Torremolinos sean capaces de vender fuera, allá por la parte de Liverpool, que evidentemente somos sitio seguro.

A estas alturas de la vida y de la costa quedan algunas cosas claras, no muchas: que los foráneos nos hicieron mejores y que no solo por la 'manteca colorá' y los 'jurdeles' al turismo había que ponerle una sonrisa. Acaso porque es una obligación moral ponerle buena cara al nieto de aquella que se puso en bikini en la Carihuela y que nos hizo un pelín más libres... eso también es memoria histórica.

Yo también sé que en la ciudad de las mil tabernas y ninguna librería han cerrado bares que eran una librería en sí mismo: empezando por el Macondo, que le daba sosten de cocina y literatura a ese Pedregalejo devenido en fondo de Instagram. O el Pimpi Florida, que mientras dure el bicho no puede encontrar su mágica identidad que ya sabemos cuál es.

En verdad, sin suecas en las playas no queda más remedio que irse a lo del pulpito con Gerardo, al 'Maestro', a la hora que cierra la peluquería de cuya dueña andamos enamorados en estos tiempos pre/post pandémicos. Ese pulpito con mascarilla sabe a libertad, y en esas cosas de la hostelería yo he decidido cifrar la felicidad.

Un Banderas hablando en inglés y diciendo que Fuengirola no es Torra puede ser un buen comienzo. Los madrileños, mis hermanos, han asumido que hacer país para que no nos cierren los bares es bajarse a Málaga. Patriotismo es que el malagueño se deje de Netflix y pase a La Campana, donde todo serial pasa en esa croquetilla que es el argumento de la vida.

Mañana López Sampalo andará por Pedregalejo levantando la economía, escribiendo prosas cachondas mientras almuerza conchas finas con 'Machaco' de Rute. Cada uno aporta como puede en esta reconstrucción que no vino de Europa.