Marcos Ondarrabieta y López de Urtausondo, natural de Galdácano, era un ratón viajero que hizo algo de Marina Mercante entre el Cantábrico y el Pacífico. ... El ratón, frente a Baroja, era un hombre de acción y ahí andaba royendo queso en las tempestades. Parando en puertos canallas de Singapur o de Valparaíso o en el antiguo puerto de Málaga, sin palmerales, donde la vida le olía a felicidad y gasóleo y aprendió la gracia del pitufo de atún con los marineros del sur, que nadan lo justo y van de cabotaje en cabotaje con una lana en el gorrito que ya ni es lana ni es gorrito; tal es el sol y la sal. Así es desde que el mundo es mundo y cuando el Puerto era una Cafarnaúm de personajes de Antonio Soler que se iban con la lluvia.
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La cosa es que, en el antiguo bar del Puerto, Ondarrabieta, ratón filósofo y viajero y odiador del 'simonismo', quizo roer en tierra firme y fue al primer Torremolinos, donde se estableció en ese cruce entre la calle de San Miguel y lo del 'The Galoping Major'. Allí haría amistad con un limaco de Nafarroa, de nombre Ibán y que leía a Gil de Biedma en un boquetillo de La Nogalera. Hablaron de las noches de junio y a Ondarrabieta le dio así, a tenazón, a golpe y porrazo, por la hostelería.
Se le empezó a ver (a Ondarrabieta) palmeando a la Pantoja (en Spotify) por El Colmao, en Pueblo Blanco, aunque las mañanas las pasaba en El Bajondillo en un 'dolce fare niente'. Nuestro ratón euskaldún principió a perder el acento, se quitó la boina del Athletic y fue yendo a El Pimpi Florida, a La Campana, a la Casa del Guardia y a una terraza en Madre de Dios, donde filosofaba y se hacía carnívoro.
En la Costa del Sol, un ratón gourmet nunca lo tuvo fácil para sacar los bigotes en el 'business', pero encontró una ocupación en un archivo y así fue ahorrando para montarse una tasca en Eugenio Gross. Ondarrabieta era entonces emprendedor, lo juro, y freía el adobo como nadie. Se ejercitaba los bíceps ratoniles limpiando las conchas finas, que le recordaban el útero materno y cosas aún más inconfesables.
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Pasó que de repente llegó la pandemia de marras, las variantes de la cepa de un chino loco; que se impuso mascarilla y le cerraron los bares.
Ha ido pasando por el Florida, por La Campana, por La Alameda (todos silentes), y Ondarrabieta ha cogido una depresión de caballo siendo un ratón. Todo esto me contó Marcos en la sala de espera del doctor Cu, psiquiatra carnívoro. Salió de la terapia más animado y me dejó su tarjeta profesional: «librepensador», rezaba. Le guasapeo y me dice que anda leyendo a Herodoto hasta que le abran los bares.
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