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Rarezas por San Juan

INTRUSO DEL NORTE ·

Esta nueva normalidad del paraíso genera insomnio y melancolía

Lunes, 29 de junio 2020, 07:55

Aquella noche de San Juan fue diferente a todo. No se había creado esa neblina de fuego y espeto de todos los años; hasta una nube puñetera descargó algunas lágrimas en la vertical del Pasaje del Cortijo.

Debería oler a jazmín, pero no olía a nada, y sabemos que los jazmines que cultivaba Doña María, su olor, saltaba vallas y tapias y mascarillas. El verano empezó siendo otoño aunque había quien se empeñaba en que lo fuera, a pesar de todo.

Había terrazas, señores sin mascarilla, la multitud escasa de la nueva normalidad y las dos Españas: la que se protege y la que se inmola. Se permitía eso, el paseo en el Paseo, pero había un silencio atronador en la primera noche en la que debería haberse consagradado el verano del año en que nos robaron la primavera. Pedregalejo estaba más vacío que nunca, y la niña que me gusta ni tenía ya fuerza para el postureo con la cerveza y el murito: llevaba mucha prisa arrebujada en una chaquetilla vaquera, y es que se había levantado fresco.

Ahora ya no quieren La Nogalera y quieren irse a Tabarca, que es una isla de Forges barata: acaso porque, tras el confinamiento, a algunos caracteres les ha dado por ponderar el placer de la soledad. Craso error.

Digo que los jazmines ya no olían en esta nueva normalidad, que fue lo primero que me dí cuenta cuando volví del secuestro civil en un tren que llevaba luto y silencio desde Atocha. Un AVE sin cafetería es lo que es, un supositorio que vuela bajo por la paramera manchega y una promesa de verano cuando había verano. En La Equitativa, la publicidad llama al tópico sobre fondo negro y en La Campana me explican algunas supersticiones gitanas y hay una proporción exacta de aforo y de clientela.

Es verano, y hay mucho irresponsable sin mascarilla. Curiosamente sin mascarilla, sin camiseta, sin casco y con tatuajes. Se les ve en la noche de las vagas promesas con un ciclomotor que petardea en el silencio de la ciudad que ha perdido, como el resto del país, esas ganas mínimas para disfrutar de los sucedáneos de libertad que nos dejan. Se han cancelado algunas bodas, los niños no gritan, la playa está inédita a mis horas y ya las terrazas de mis amigos por el centro no abren hasta la madrugada.

Málaga parece Suecia, acaso porque la ciudad ha asumido que tiene que estar de funeral hasta que la ciencia médica tenga a bien sacar la vacuna.

Somos distintos y no hemos salido más fuertes. Que no nos engañen. Dependemos de un brote y el alma se nos ha quedado en mera profilaxis, como un estadio vacío donde sólo queda el eco cargante de la musiquilla del VAR.

Esta nueva normalidad del paraíso genera insomnio y melancolía. Me creo que ya es septiembre.

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