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Noviembre es un cielo gris cansado. La lluvia con epitafio. Una pena con barro. El dolor con forma de río sin orilla. España sin tiempo ... para llorar.
Los griegos nos regalaron el deporte con sentido. Era uno de sus símbolos de sociedad civilizada, en la que no imperaba la ley del más fuerte. La primera gran descripción que se hace de una actividad deportiva fue la noticia de la organización de los juegos por parte del legendario Aquiles en honor de Patroclo, que aparece en el canto 23 de la Ilíada. Los mismos sirvieron para rendir homenaje a su amigo fallecido y además fueron la excusa perfecta para unir a los aqueos en un momento de dolor compartido.
Siglos después nos encontramos en Málaga en la celebración de la Copa Davis en la que Rafa Nadal se despedirá definitivamente de las pistas de tenis. Por las casualidades del destino, nuestro Aquiles patrio, seguro que encontrará el momento oportuno para dirigir una mirada de consuelo y respeto a todas las víctimas de la DANA, que seguro servirá de bálsamo de unión entre los españoles.
El tenis siempre fue un juego aburrido de tres sets. Nadal introdujo la épica de la quinta manga en un deporte con olor a colonia cara. Donde muchos querían concluir su partido, el manacorí comenzaba el suyo. Inventó unos nuevos versos con métrica de 'tie-break'. Nunca ha sucumbido ante el desaliento del que prefiere conceder la derrota antes incluso de plantar batalla. Rafa Nadal representa la España que nos merecemos. La que no mide el esfuerzo, la que la adversidad no la empequeñece, la que cree en sus posibilidades, la que resiste. En una sociedad como la nuestra, tan débil en sus sillares, un partido de Nadal hace mucho más bien que toda una ley del deporte. Nadal representa las antípodas de lo vulgar. No podemos seguir aplaudiendo a los que toman el atajo del triunfo fácil, la victoria en pequeño, el esfuerzo contenido, el meritorio tercer o cuarto puesto. Su actitud en la pista de tenis es la de los españoles que sin saber nadar descubrieron América. En estos días necesitamos mucho de su ascesis deportiva, en la que el triunfo es una conquista colectiva y la derrota nunca es el final.
La mayoría de nosotros perdemos casi todos los partidos de nuestra vida, tenemos mucho de talón y poco de Aquiles. En la derrota es donde admiramos la actitud de Rafa Nadal en la pista de tenis, en la vida. Comprobamos que es la viva encarnación de los versos de Leiva y nos decimos a nosotros: «¡Hazlo! Como si ya no te jugaras nada. Como si fueras a morir mañana. Aunque lo veas demasiado lejos».
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