![El radical siempre es el otro](https://s1.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2023/06/24/web_24-kL1H-U200629412924AXH-1200x840@Diario%20Sur.jpg)
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La polarización de la vida política tiene consecuencias imprevisibles. Y una de ellas es la enorme dificultad de alcanzar consensos sobre los asuntos trascendentales de la vida pública. Cada vez más los debates son más excluyentes que conciliadores. Se trata, al fin y al cabo, ... de situar al oponente en la periferia, en los extremos radicales, para de esta forma desacreditar sus argumentos. La izquierda pretende situar al PP en la extrema derecha y la derecha intenta colocar al PSOE en la extrema izquierda. El centro se ha convertido en un campo de batalla entre dos trincheras incapaces de entenderse.
Todo esto no dejaría de ser una expresión más de la confrontación política si no fuese por el hecho de que afecta, igualmente, a asuntos tan delicados e importantes como la defensa de la igualdad, la lucha contra la violencia machista, el feminismo o la protección de los más desfavorecidos. Al fin y al cabo, a todo lo que tiene que ver con el artículo 14 de la Constitución Española: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social».
El problema se genera al desarrollar todas las medidas y leyes que garanticen sin exclusión y matices este derecho constitucional. Cuando se habla de igualdad entre hombres y mujeres, de los derechos del colectivo LGTBI, de la inmigración, de la religión, de los modelos de familia, de la educación o de cualquier asunto que afecte a la esfera más íntima y personal de una persona, el espacio para los matices se estrecha de tal forma que se tiende a establecer un criterio único, una especie de pensamiento único que demoniza y castiga al que discrepa. Y ocurre, claro, que las diferentes partes se creen en posesión de la verdad, incapaces de ceder, siquiera, en preceptos conceptuales.
Es evidente que hay líneas rojas que han de preservar de manera inequívoca todos esos derechos o cuestiones tan relevantes como la democracia, la igualdad o el feminismo. No existen grados para ser un demócrata o un feminista, pero sí se pueden enfocar de forma diferente las medidas para su protección y desarrollo.
En mi caso soy un defensor de la discriminación positiva, porque entiendo que, de no haber existido, la presencia de la mujer por ejemplo en la política no estaría tan implantada como ahora. También creo en las cuotas representativas, tanto en la esfera pública como en la privada. Resulta evidente que hay mujeres y hombres que pueden no estar de acuerdo ni con esa discriminación positiva ni con las cuotas, ni con otras medidas para favorecer la igualdad real, pero ello no significa que no se coincida en los elementos esenciales e indiscutibles.
De la misma forma, hay que recordar que la conquista de derechos se basa, realmente, en eso, en una conquista que trata de derribar muros y prejuicios. Ocurrió con el voto femenino, con el divorcio, con el aborto, con el matrimonio homosexual y con otros tantos temas que en su desarrollo se toparon con los prejuicios y reticencias. Y también hay que reconocer que la mayoría, por no decir todas, de esas conquistas llegaron desde la izquierda, frente a una derecha conservadora a la que le cuesta demasiado romper sus esquemas mentales tradicionales y tradicionalistas. El tiempo siempre le ha quitado la razón a los que se resistieron en su día al desarrollo de derechos fundamentales.
Hoy se corre el riesgo de querer radicalizar al oponente, por exceso o por defecto, con la intención de expulsarlo del debate y así tener el camino expedito para imponer las ideas. Es preciso agrandar el espacio de la discusión y el debate sin que ello suponga poner en dudas principios básicos de los derechos fundamentales. Porque de lo contrario se pueden cometer errores o atropellos.
Pero hoy estamos instalados en la radicalidad. Tanto que al que no lo es lo llaman equidistante a modo de insulto, con la misma pretensión de expulsarlo del debate. Pero ocurre que basta con pensar en la Ley Trans o en el debate de la gestación subrogada para darse cuenta de que hay que admitir matices, opiniones y posiciones que puedan ser diferentes a las nuestras y que no tienen un contenido ideológico claro.
Se corre el riesgo de convertir algo transversal en vertical, de convertir el feminismo o la igualdad en instrumentos y herramientas políticas ideologizadas, lo cual sería dinamitar los pilares de unos derechos aún no consolidados. Quizá porque la conquista de un derecho fundamental no se puede consolidar erosionando otro derecho, sino ocupando el espacio propio.
La defensa del feminismo, la igualdad y la protección del desfavorecido debe ser transversal, como la democracia, y debe quedar a salvo de la utilización partidista, aunque eso, dicho en estos tiempos, parece ciencia ficción, sobre todo porque requiere generosidad, tolerancia y respeto intelectual, algo que a menudo se queda fuera de cualquier escenario político y dialéctico. Uno siempre cree que el radical es el otro.
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