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Aquella frase aparecida en una pancarta de Sevilla fue diseñada por un particular, alguien al que se le ocurrió, inspirado por sus -sin duda- propias posiciones ideológicas personales. Al principio nos sorprendió a todos, unos acopiaron el eslogan y salieron exclamándolo verbalmente y por escrito, ... otros guardaron un prudente silencio. Esta rimada oración empezó a contagiarse y, a punto del clamor, fue replicada como irrespetuosa por Consuelo Ordóñez, presidenta de Covite y hermana del llorado dirigente popular vasco, Goyo Ordóñez -asesinado por ETA, por el propio Txapote, el 23 de enero de 1995-. Dado el respeto que se guarda y debe guardarse a todas las víctimas y en concreto a la memoria de Goyo y al para siempre inconsolable dolor de sus familiares, amigos y resto de la sociedad, nadie quiso contestar. Han pasado meses y «que te vote Txapote» ha sido repetido por miles de ciudadanos individual y colectivamente. Dicen los que la corean o escriben que es una frase del pueblo, que es un eslogan inmejorable que refleja de una manera nítida el desprecio por los pactos con Bildu. Los pactos con un partido heredero de ETA, contenedor en sus candidaturas de miembros condenados por pertenencia a ETA y hasta algunos de ellos por asesinatos. El presidente Sánchez -diga lo que diga ahora- prometió, juró y perjuró, que no pactaría con Bildu, pero faltó a su palabra en el Congreso y fuera de él. Más allá de lo partidario o de opciones políticas concretas, esta expresión ha sido adoptada por muchísimos variopintos ciudadanos que rechazan la peregrina acusación de que faltan el respeto a las víctimas con su reproducción. Txapote es un asesino en serie -un especializado terrorista- que hoy día permanece en prisión con algunos inexplicables beneficios penitenciarios, su memoria no debe ser tapada o silenciada por respeto a sus víctimas, todo lo contrario.
«Que te vote Txapote, Sánchez» es como un grito de guerra, contiene muchos más matices de clarividencia y dignidad que «nunca máis» y acierta con más especificidad y puntería que «no a la guerra». El pueblo dócil que, con frecuencia se nos antoja tibio y sólo testigo de tantas decisiones de los sucesivos gobiernos, a veces salta y se rebela, eso también debe merecer respeto. Quepa recordar que la inmensa mayoría de las asociaciones y colectivos de víctimas han acogido la locución de marras de forma aprobatoria y hasta entusiasta. Sin embargo, los hacedores de argumentarios gubernamentales y paraoficiales se han esmerado hasta la náusea en demonizar este aserto tildándolo de vergonzoso e indigno. Pues no, no están teniendo éxito con su enrevesado y casi meritorio razonamiento, que les salió aparente, pero que está claramente torcido. Cuando esta consigna se lee o se oye, los aludidos sienten como les crujen las tripas, pues la misma contiene un profundo reproche que señala directamente a la ausencia de rectitud, a la falta de dignidad -precisamente- de blanquear a los asesinos terroristas, que tantísimo daño y terror causaron, y a la exclusiva y muy cualificada responsabilidad de Sánchez y su más íntimo círculo político. Duele, sí, pero es una merecida punzada ganada a pulso, porque algunas cosas son importantes.
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