El propósito de un partido, un candidato, una coalición o un gobierno, en una democracia, siempre es de conocimiento general esencial. Ello no quiere decir que esta revelada finalidad u objetivo siempre se cumpla o se pueda cumplir, pero sí que el pueblo participe de ... las intenciones del político y las respalde o no, sin voluntad popular expresa todo huelga. Tras ello, las circunstancias y los hechos sobrevenidos, los previsibles y lo no tanto, producirán sus efectos que condicionarán, limitarán o impedirán, las acciones emprendidas.
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Cuando Sánchez fue investido Presidente a través de la moción de censura constructiva, sólo pasaron unos días hasta su desplazamiento en Falcon a Castellón a un concierto de rock por cuenta del estado. Era la revelación imprescindible de toda una actitud, así como la muestra evidente de que aquella cima que Sánchez había conquistado se le antojaba más cerca de la figura de «amo» que de la de servidor público. El actual estado de cosas es la de un gobierno rechazado por la mitad o casi de los españoles, que campa con perversión hacia producir los cambios legales e institucionales más inimaginables para conservar su estatus gubernamental. Iniciar la carrera en una coalición parlamentaria en alianza con partidos que rechazan la existencia de España o laboran contra su unidad y permanencia, su desarrollo histórico e institucional y su Constitución, es algo tan chusco, tan grave, tan dramático, que no puede creerse. Este origen, de imposible negación, condiciona la gobernanza y pone en cuestión la veracidad de cualquier catálogo de objetivos que pueda elaborarse. Por supuesto habrá los que nieguen la descripción - «... partidos que rechazan la existencia de España o laboran contra su unidad y permanencia...»- y prefieran falsos eufemismos tales como «mayoría progresista», una denominación que se niega sola.
Así el desarrollo y las consecuencias de esta pírrica mayoría, que sostiene a Sánchez, en un emocionante relato con todo tipo de reveses y sobresaltos, son cesiones y destrozos en organismos y administración del estado en contra de todo lo hasta aquí expresado y comprometido. Cuando un gobierno oculta su objetivo político o carece de él, la sociedad inevitablemente se revuelve contra lo desconocido y deja de colaborar con la sospechosa dirigencia. Si a la instabilidad de cauces y contenidos añadimos salpicantes y crecientes episodios de corrupción, acaba por establecerse el pesimismo y el desánimo general. Todo ello puede negarse, no admitirse, adjudicarlo a una supuesta conspiración ultraderechista, o tacharse de extremista, como cualquier opinión o posición que no regale los oídos de Sánchez, pero no tapa la realidad. Una mayoría social deprimida, fiscalmente machacada y que siente temblar todo el mobiliario institucional, es una película de malos diálogos y desenlace indeseable.
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