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La escena es casi invariable: llegas al banco cualquier mañana y raro es el día que no ves a un abuelo peleándose con el cajero. Y se te parte el alma. Uno, que parece que tiene cara de buena gente e inspira confianza, pues suele ... convertirse en asistente improvisado para pagar recibos y otros menesteres de burocracia financiera doméstica. Y lo hago encantado, todo sea por ayudar a nuestros mayores; pero no debería ser así, fundamentalmente por su seguridad.
El maltrato a la tercera edad por parte de la Banca en general ha llegado hasta el Gobierno, que le ha dado un mes para poner medidas. Espero que la ocurrencia no sea mandarles un tutorial (digital) sobre cómo usar la 'app' de la entidad con el móvil, aunque tampoco me sorprendería. Es muy injusto que a costa de maximizar los beneficios, con recortes en personal y horarios y cada vez mayor automatización, se esté dando un servicio tan precario a los clientes más veteranos; clientes que con sus pequeñas nóminas y sus ahorros, a lo largo de una vida de trabajo, hicieron posible el crecimiento de las entidades; y que hoy siguen manteniendo en estas sus mermadas pensiones. Si el abuelo vive en un pueblo pequeño, ya se puede dar por perdido, porque en este caso la discriminación es doble: por la falta de pericia digital y por la ausencia de sucursales; con lo que sacar dinero y hacer cualquier gestión se convierte en una odisea.
En realidad, cuando hablas con ellos te das cuenta de que lo único que quieren es poder tratar con personas, con empleados que les hagan las gestiones como han hecho toda la vida, porque la mayoría no se sienten seguros haciéndolas ellos mismos frente a una fría pantalla. Y es lógico y legítimo, porque cuando abrieron sus cartillas lo hicieron delante de un bancario: de una persona, muchas veces, con el tiempo, un amigo, que les acompañó en los momentos más importantes de sus vidas: en la hipoteca de su casa, en el crédito para el coche y hasta en el préstamo para la primera Comunión de la niña... Pero que hace años se fue prejubilado.
La banca, que siempre gana, no puede seguir haciéndolo a costa de escatimar el chocolate del loro. De verdad, no puede costar tanto, tal y como están los sueldos, poner a un asistente para los mayores de ocho a tres, de lunes a viernes. Alguien correctamente identificado, que podría estar incluso junto a los cajeros automáticos, para asesorar a quien lo necesite. Y ya puestos, tampoco sería tan caro crear un servicio de 'bancobús' itinerante, para atender a los vecinos de los pueblos. Con medidas como estas igual ganan algo menos, pero de una forma mucho más ética.
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