Primavera

Isabel.-Es mi confidente y mi amiga. Es una psicóloga astur que va con cámara y es esa hermana que me hacía falta en la ciudad, la Capital, la que está a 380 kilómetros en línea recta de donde soy feliz. Bajaré a Málaga en Semana Santa y me reconciliaré con muchas cosas. Porque por medio ha pasado la pandemia, y el secuestro civil. Iré a la terraza del Teorías, en La Campana volveré a tomar el pulso a mi tierra y demás.

Boda.-Se casa mi hermano no sanguíneo y no podré estar. Y eso duele como una lanzada en mitad del pecho. Quiero que me perdone, desde ya, mi ausencia. Las buenaventuras se pueden consignar desde aquí, para que en las hemerotecas quede reflejado que hubo un Jesús que no pudo ir a la boda de su Sergio. Pero es larga la vida, y seguiré haciendo méritos para padrino. Lo necesito porque la vida se ha empeñado en desarraigarme. Perdí el acento y el pelo. Soy un no lugar.

Putin.-Tengo a un amigo de padre ruso y madre ucraniana. Ayer mismo me dio una lección de geopolítica. Metía bromas a pesar de lo peliagudo de la situación. Y me enteré, con el papelillo, de qué narices está pasando entre las nieves eslavas. Putin es, en rubio, lo que el rey de Marruecos es en alauí. Dicen los viejos que andamos en las previas de una guerra mundial. Pero yo, lo que es yo, veo puritito cansancio. Aquello que decía Machado: a mi trabajo acudo, con mi dinero pago.

Valverde.-Valverde, Alejandro, es mi ciclista dilecto. Por esa resistencia a esa circunstancia que es el tiempo. Recio sacó ayer la intrahistoria del alcalde. Que jugó al rugby y por eso, quizá, da la mano con una fuerza que nos desmonta. Paco de la Torre tiene algo de Dorian Gray. No desmiento que se sepa de memoria la guía telefónica de Málaga y parte de Melilla. Como el ciclista Alejandro Valverde, incombustible. En lo municipal y en lo de la natación.

San Valentín.-Si. Lo sé. Es San Valentín y en los bares y en los taxis suena Joaquín Sabina, y no es broma. Hay que pasar el 14 de febrero como una gripe, las rosas son sintéticas y a mí me gusta decir, con Ortega, que el amor es una estupidez transitoria. Me creo la frase, pero llevo un frío en el alma desde que le pedí matrimonio a Adriana y ella me preguntó por cómo había quedado el Madrid.