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La decadencia es vértigo sin mareo. Vómito denso de lo vulgar. Estómago naufragado. Cerebro embargado. Anticipo del fracaso. María Jesús Montero en su noche triste.
En la semana del cantar al arancel, con un Trump bulímico de órdenes ejecutivas, emerge en la actualidad española, la figura delgada de la vicepresidenta del Gobierno. Como una sirena sin mar, concita nuestra atención. Pedro Sánchez la desheredó tras sus cinco días desaparecido. Posteriormente decidió apartarla de su núcleo de poder, designándola como candidata a palos para la presidencia de la Junta de Andalucía. Le regaló su billete de vuelta a la Andalucía de la que nunca debió salir. Juanma Moreno certificará el fracaso de su aventura política cuando las urnas se llenen de votos en primavera. Para más escarnio, Moncloa ya ha señalado a Carlos Cuerpo como el nuevo rostro del sanchismo, y le ha puesto los focos que antes acompañaban a la política del «mopongo». A ella le prepararon su particular cicuta política con dos reflexiones memorables que se convertirán en su epitafio público: «Es una vergüenza que se diga que la presunción de inocencia está por delante del testimonio de mujeres jóvenes». A la que siguió: «La universidad privada es la principal amenaza que tiene la clase trabajadora». Este disparate en formato dos por uno, es el colofón que resume sus casi cuarenta años de carrera política sin ninguna entrevista de trabajo.
Pedro Sánchez es así de cruel con los propios. La decadencia no la proclama, la filtra. Personificando en ella el ataque a la presunción de inocencia, su gobierno feminista, nos muestra su auténtico discurso en el que no hay ciudadanía, solo clientela. No hay derechos, hay favores. No hay justicia, hay cálculo. El desprecio a las universidades privadas revela el temor al mérito cuando no lo tutela el partido. Lo que molesta no es el elitismo académico, sino la libertad de pensar fuera del dogma oficial. En esta España dividida entre lo público intervenido y lo privado demonizado, conviene detenerse en una imagen: la escalera social. Existen dos. Una es eléctrica, reservada para quienes militan en la estructura de los partidos políticos. Suben sin esfuerzo, sin titubeo, al calor del boletín oficial. La otra, es la escalera manual, la que aún utilizan quienes creen en el estudio, el trabajo y el mérito.
A María Jesús Montero le asiste su derecho a la presunción de decadencia, no la despojemos de ella en los días oscuros en los que Pedro Sánchez la ha obligado a salir siendo notada, estando su casa desasosegada y Carlos Cuerpo viéndose con su cartera soñada. Orwell nos lo adelantó: «En tiempos de decadencia, la verdad se convierte en un acto de traición.»
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