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Ni la forma del Estado, ni los derechos fundamentales o la división de poderes son cosa de un día ni fruto de una dispersa opinión. Sólo un estado fallido puede aguantar el cuestionamiento gubernamental de las instituciones esenciales. Cuando la senda de acontecidos desemboca en una realidad sorprendente, aunque ésta sea fruto de la semisuma de pequeñas cuentas supuestamente correctas, puede ocurrir que acabe por mandarnos quien ni tiene ni tuvo votos para ello. Así, la democracia añorada y brillantemente lograda puede darnos un resultado indeseado y pufo. 35 escaños, que representan a 3.097.185 votos, o sea, el 12,84%, dan para tener al comunismo instalado en el Ejecutivo. Y bien podría haber sido su papel el de un leve barniz de una fuerza minoritaria sustentando y colaborando con otra hegemónica. Pero los días y las cosas muestran a las claras que los totalitarios influyen e imponen al alza sus aterradoras ideas colectivistas y desaparecen las personas individuales tras un eufemístico 'la gente', la gran coartada del despotismo.
Si no se respetan, salvaguardan y protegen los derechos de las personas y se dice actuar en nombre del pueblo en abstracto, tenemos lo de Lenin, Stalin, Molotov, Ceausescu, Honecker o Mao Tse Tung. El comunismo del siglo XXI es el de siempre y sus protagonistas insisten, partidarios de los empujones jurídicos e institucionales, en su ideal: una gran masa uniforme de producción y una pequeña nomenclatura privilegiada al frente y así, como en Cuba, 70 años y sin atisbos de parar.
Exigir libertad para poder subvertirla es la gran paradoja histórica que nos han enseñado los hechos. Poner a los pueblos por delante de las personas es el gran viaje para suplantar definitivamente la voluntad de cada uno sustituyéndola por un rimbombante 'interés general' que sólo será interpretado por el dictador y su cúpula. La gente es la bulla, la movilización, la pancarta o el voto por internet -controlado, opaco y tramposo-, la urna no interesa, su suma no da y, por tanto, no vale. En todo caso -de modo provisional- el sufragio universal con modificaciones, voto para los mayores de 15 o 16 años, cuestionamiento, condicionamiento y hasta anulación del derecho a ejercerlo para mayores de 60 o 65 años y, eso sí, derecho al voto de todos los inmigrantes en cuanto arriben, «... es lo democrático». No se trata de votar, se trata de ganar.
Sintomática la derrota de Calviño, todo estaba atado pero falló. La ministra de Economía de España al frente del Eurogrupo habría sido salvaguarda de nuestros intereses maltrechos. Impuestos los 'frugales' no habrá fondos incondicionados y todo será más duro, puede que mucho más, hasta llegar al muy temido rescate. Tsipras también es comunista y, aunque no duró, tuvo que enfrentarse a aplicar todo lo contrario de lo que pregonó. Iglesias, el austero derrochador, el hombre del pueblo con costeadísimo estilo de vida, el del 'caso Dina', desfacedor de cloacas ajenas, el responsable de las residencias de ancianos que nunca existió... ¿El vicepresidente comunista, el gran predicador minoritariamente votado, aupado al poder como en una broma del destino, hasta ahora incapaz de toda lealtad, colaboración o acierto, seguirá ahí para perpetrar una suerte exponencial de austericidio? Al fin y al cabo, lo comunista es la pobreza, ese es su caldo de cultivo, su medio, su objetivo y su logro ejemplar.
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