![¿Por qué hay tan pocas mujeres en los eventos sociales?](https://s2.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202210/02/media/cortadas/web_carta-kLi-U1802385388372cD-1248x770@Diario%20Sur.jpg)
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No hace mucho la ministra Nadia Calviño se negó a hacerse una foto en un acto de empresarios en Madrid porque era la única mujer. Un gesto simbólico de enorme fuerza que, sin embargo, se arregló muy a medias buscando a toda prisa a una mujer dispuesta –o forzada– a posar para romper ese desequilibrio. Al final, sí hubo foto.
Esta semana que termina SUR organizó unas jornadas en la que los nueve ponentes eran hombres y la única mujer se cayó del cartel en el último momento. Esta circunstancia nos llevó a reflexionar de nuevo internamente sobre las razones por las que encontramos tantas dificultades para contar con mujeres en foros, charlas o debates. Puedo asegurar que se intentó en la medida de nuestras posibilidades, pero no logramos contactar con expertas en sostenibilidad, economía verde y movilidad que pusieran su voz y conocimiento en este evento. Ha ocurrido más veces. Pero que no suene a excusa.
Vaya por delante que me apasiona entrar en este jardín del que, seguro, saldré magullado. Pienso que no sólo merece la pena sino que es necesario abrir y alimentar este debate: ¿por qué faltan mujeres en los eventos sociales? ¿Por qué –y lo digo por experiencia propia– cuesta encontrar a mujeres dispuestas a participar en debates de televisión, foros, discusiones...? Y añado: ¿por qué hay tan pocas mujeres al frente de colectivos profesionales, de asociaciones o de cofradías? ¿Por qué hay tan pocas mujeres en puestos directivos y representativos?
En medio de este debate anuncié en redes sociales el deseo de crear un directorio temático de expertas dispuestas a participar en todo tipo de eventos para facilitar así su localización. La mayoría de las reacciones fueron positivas y constructivas, aunque no faltaron algunas críticas, y la conclusión a la que llegamos es que se trata de un debate necesario.
Este asunto tiene tantas aristas y puntos de vista que en estas líneas sólo se podrán exponer algunos de ellos. Y con el enorme riesgo de la generalización. En mi opinión, el gran problema es que la mujer no se siente cómoda en un modelo de relaciones sociolaborales construido y diseñado por hombres y adaptado a su forma de ser, de entender esas conexiones y de vivir, lleno de reuniones, comidas y cenas de trabajo, de viajes y de una vida de ocio paralela, cuando no fusionada, al trabajo. Además, las exigencias vitales y familiares de quienes hasta ahora han mandado (los hombres) se entienden y desarrollan de forma diferente porque el trabajo y el éxito económico y social suelen estar en el primer puesto de sus inquietudes. La mujer, por contra, tiene un sentido mucho más pragmático y racional, valora mucho más la economía de su tiempo –por lo que considera absurdo perderlo con chorradas y reuniones prescindibles– y antepone habitualmente sus aspiraciones familiares a las laborales. Todo esto, por supuesto, con innumerables excepciones.
Junto a ello, la mujer lleva una mochila con un extraordinario peso cultural, porque durante siglos fue educada para otros menesteres. De ahí el llamado síndrome de la impostora: creen que no tienen nada que aportar o que hay mucha otra gente antes que ella que puede hacerlo mejor. Ese sentido crítico del propio ego diría que es casi residual entre los hombres, aunque también existan casos; como advertí al principio, para hablar de ciertos temas hay que disculpar de antemano las generalidades. Luego están, claro, las dificultades para hacerse visible o las innumerables paredes y techos de cristal que maniatan el desarrollo laboral y personal de las mujeres. No es poco.
De ahí que sea un error utilizar el término 'incorporar'. La mujer no tiene por qué incorporarse al modelo sociolaboral hipermasculinizado. El objetivo debe ser construir un nuevo modelo marcado por la igualdad de oportunidades y que permita a la mujer participar sin tener que prescindir ni de sus convicciones ni de su propia vida. No se trata de que las mujeres se comporten como hombres si quieren tener éxito profesional. Esa es la mayor trampa y la razón por la que muchas desisten.
Una mujer tiene que poder llegar a ser consejera de una compañía del Ibex sin tener que renunciar a su condición de madre y mujer. La gran batalla es reinventar los usos y costumbres profesionales que, hoy por hoy, dan ventaja al hombre y excluyen a la mujer.
Por todo ello es preciso no ya estimular sino establecer cauces para el cambio y para la participación activa de la mujer en los eventos sociales. Y al mismo tiempo plantearse si esos eventos sociales también tienen que transformarse. Si los trabajos hubieran estado organizados por mujeres a nadie se le habría ocurrido hacer coincidir la hora de entrada al trabajo con la de los colegios, o las presentaciones de libros y mesas redondas con la hora del baño de los niños. Es decir, todo está diseñado en función de los gustos y necesidades de los hombres del siglo XX. Y digo del siglo pasado porque invitamos a un escritor a un acto del periódico y nos dijo que no podía porque coincidía con la hora de duchar a sus hijos. Las cosas están cambiando.
Pero para acelerar esa transformación son precisas medidas activas, como ocurrió en política. Si no hubiesen existido las listas cremallera hoy no sería una realidad –como casi lo es– la igualdad en política. Y quizá hay que llevar esa estrategia a otros ámbitos. Pero resulta imprescindible que todos nos despojemos de prejuicios y, tanto como podamos, de las construcciones culturales que atornillan nuestros hábitos y comportamientos. Quizá sea hora de poner los cuidados en el centro y no en los márgenes, de que los hombres dejemos de creernos el centro sobre el que debe girar el mundo y las mujeres, por fin, suelten las anclas que por desgracia todavía impiden que muchas den un paso al frente. En SUR, desde luego, seguiremos intentándolo.
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