En esta campaña aspiro a entender el significado cabal de la palabra progreso, un vocablo que en España adquiere una enorme riqueza de matices. A mí me despista mucho el caso del PNV, partido que a veces forma parte del bloque progresista y a veces ... es arrojado con cajas destempladas al vergonzante engrudo de las derechas. Así no hay manera de orientarse en los meandros de la ciencia política.

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En España sabemos que hay dos vías para sacarse el carné de progresista: la tradicional, que suele arrancar del compromiso social y del eurocomunismo; y la folclórica, que nace de un entusiasmo muy sentido por la lengua vernácula, los bailes regionales y las singularidades tributarias. Esto nos sitúa en una posición insólita en el concierto de las naciones, donde las cosas discurren con mayor aburrimiento y respeto por la ortodoxia.

Tomemos el curioso caso de Bildu. En las listas municipales de Mungia presenta como candidato suplente a un tal José Antonio Torre Altonaga, alias Medius, que participó en el asesinato de dos operarios de montaje que trabajaban en la central de Lemoniz. A los marxistas clásicos esto nos deja un tanto perplejos porque no recordamos haber leído ni en Marx ni en Kautsky que para alcanzar el paraíso del proletariado haya que cargarse a los operarios de montaje y dejar a sus niños huérfanos. Tal vez don Arnaldo y sus socios tengan la amabilidad de señalarnos en qué párrafo exacto de 'El Capital' se apunta eso. Hasta entonces, a bote pronto, yo diría que estos tribalismos irracionales recuerdan más a «la dialéctica de los puños y de las pistolas» de José Antonio Primo de Rivera. Y eso progresista, lo que se dice progresista, no parece.

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