Al pelo de Javier Milei no le encuentro explicación. De alguna parte le crecen unas patillas de Lobezno que se insertan en una melena desordenada y confusa, una melena inflacionaria, sin banco central ni orden público, una febril melena de rockero pasado de drogas o ... de psicópata con motosierra. Milei no se peina a raya o, mejor aún, se peina con todas las rayas posibles a la vez y aquello acaba formando un tsunami capilar que amenaza con anegar Argentina entera. El día en que los piojos descubran ese Port Aventura no se van a ir ni con un garrafón de Filvit.

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Los politólogos, que van de tertulia en tertulia pero no se enteran de nada, todavía no han explicado esa querencia de los populistas por la peluquería extrema. Ahí está esperando una tesis doctoral que recupere, al menos en parte, las ideas de Lombroso. Algo nos están diciendo los peinados a los electores y no lo estamos escuchando convenientemente. La cabellera naranja de Trump y el flequillo ingobernable de Boris Johnson eran programas políticos en sí mismos. ¡De qué se sorprende usted si luego Boris monta fiestas salvajes en Downing Street o Donald roba los documentos secretos del Pentágono! Pablo Iglesias dejó de dar miedo cuando se cortó la coleta y ahora se ríe de él hasta Yolanda, con ese aire tan suyo de vampiresa a lo Veronica Lake.

Sin embargo, cuando uno se topa con la cabeza de Andoni Ortuzar, el presidente del PNV, sabe que de esa calva rotunda, de una perfección geológica, a lo sumo puede esperar una rebaja en el Impuesto de Sociedades. La revolución pide riesgo y melenaza, y eso lo encarna como nadie Puigdemont. Será difícil que Sánchez, con su peinadito de barbería antigua, pueda frenarlo.

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