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A los comisarios europeos siempre me los imagino como el teniente Colombo, con la gabardina raída, el purito colgante y la melena selvática. Luego veo las fotografías y el desengaño es notable. El comisario de Justicia, Didier Reynders, parece sacado de un anuncio de yogur ... con bífidus, con su distinguido pelo blanco y sus amables facciones, que revelan un correcto tránsito intestinal. Esta imagen aseada, sin embargo, no ha engañado al PSOE, que considera al señor Reynders una hidra venenosa que amenaza con truncar el hermoso proceso de reconciliación nacional que ha puesto en marcha Sánchez I el Necesariamente Virtuoso.
Yo, en cambio, comprendo el estupor del comisario. Hace cinco o seis años me tocó asistir a unas jornadas en el Parlamento Europeo. Durante el proceso de acreditación, vi sobre la mesa unos folios en los que se les recordaba a los funcionarios, con grandes alardes tipográficos, que un tal Carles Puigdemont i Casamajó tenía prohibido el acceso a la Eurocámara «bajo cualquier concepto». Era entonces el PSOE el típico partido facha que votaba a favor de la aplicación del artículo 155 y que se quejaba amargamente de que el estólido Rajoy no había presentado suficiente batalla contra el independentismo catalán en las instituciones europeas. Los socialistas desplegaron toda su artillería dialéctica para demostrar que Puigdemont era un prófugo detestable y que en Cataluña se había producido una rebelión de libro, con su horripilante corolario de altercados, desfalcos y corrupciones.
Quizá el comisario Reynders se lo creyera y por eso anda ahora el hombre tan confuso. Habrá que explicarle, Bolaños, que aquello era solo un modo de hablar.
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