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El anuncio de Pedro Sánchez de proponer al Congreso la prórroga del estado de alarma dos semanas más -entresacado en un sermón interminable de tono cuestionable y con poema persa incluido-, hasta el 26 de abril, revela que sus noticias eran un rumor bien fundado. Ahora bien, hemos de tener en cuenta que estado de alarma no implica necesariamente este tropel de limitaciones a la libertad de circulación de los ciudadanos, más encajables en un estado de excepción que en la figura constitucional de marras. Que el Gobierno -o Sánchez- haya decidido prorrogar es una cosa y que, por ejemplo, el permiso retribuido pueda continuar es otra. Como dudoso -y muy inconveniente- es también que la libertad de circulación de las personas mantenga su extrema limitación. Las medidas que prepara el equipo al que ha aludido Sánchez para retomar progresivamente la vida cotidiana tendrán que adelantarse. Aclaremos una cosa, si no trabajamos ni producimos, no podremos comer. Los fondos del estado son limitados y -entérense- estamos al límite.
El confinamiento imperfecto -no puede llevarse más lejos- al que estamos sometidos implica eso que desde fuentes gubernamentales han venido en llamar «hibernación», usando un símil imposible. Es imposible porque el concepto de hibernación sugiere una situación similar a la de un parón en las condiciones de temperatura y almacenaje necesarias para que pueda revertirse sin alteración. Pero todos estamos viendo y debemos saber que cuando «descongelemos» empleos, empresas y producciones, todos ellos estarán deteriorados o incluso, muchos de ellos, indefectiblemente destruidos. Y el porcentaje de deterioro o desaparición de empleos, empresas o reinicios productores, será mayor mientras más tiempo los mantengamos inanes. Urge resolver generalizando el uso de mascarillas, normas estrictas de higiene, mantenimiento de la distancia y prohibición de aglomeraciones humanas y eventos multitudinarios de todo tipo, pero reabriendo la actividad para salvar con urgencia todo lo que se pueda.
Las cifras españolas de fallecidos son muy altas, muy elevado el grado de contagio de la población y muy concretamente de los sanitarios. Aún queda lejos la vacuna y todavía no hay un método o fármaco claro y directo que cure con toda garantía. Esa es la realidad. El material de protección -así como los respiradores- tiene que llegar a su destino en la cuantía precisa. Han ocurrido demasiadas cosas, demasiados errores por parte del mando único gubernamental de Sánchez. Lo último es la extraña incautación de suministros en Turquía, que también pone en cuestión la competencia y el buen hacer de los responsables. Estamos unidos en esta gran batalla contra la muerte, pero ni mordazas ni lealtades mal entendidas. El Congreso debe permanecer abierto telemáticamente o como corresponda, la democracia no puede suspenderse. Aparte quedan los intentos -a través de peroratas- de hacer ingeniería social por parte del vicepresidente segundo y sus compañeros podemitas, algo intolerable hasta como intento vano.
Sánchez tiene que coordinarse con el resto de partidos de modo permanente, con los agentes sociales y con las instituciones, para no errar más. Mando único no es ni poder absoluto, ni unilateralidad sorda en la toma de decisiones. Afrontar los hechos tal y como son y compartir las propuestas dotándolas de los apoyos necesarios y más razonables antes de ir al BOE es la irrechazable obligación de este Gobierno, si es que no quiere que la inocultable realidad lo tumbe.
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