El tiempo transcurre y ha finalizado la primera fase de la trepidante emoción que han provocado los resultados electorales. Hay quien dice que el saldo electoral ha sido diabólico, pues, aunque Sánchez aparece exultante por la exótica lucecita que anuncia su continuidad en el cargo, ... la singladura promete grandes mareas y algunas galernas. Las elecciones hay que encajarlas, los unos y los otros. Si las mayorías para elegir la Mesa del Congreso se afianzan y confirman en una investidura, los variopintos socios de la mayoría tendrán que afinar la puntería y enfrentarse a los imposibles encajes constitucionales de los planteamientos de los partidos políticos más disolutos. El rictus de amargura de los que han obtenido más escaños y son capaces de aglutinar un nada desdeñable pero insuficiente número de 172 escaños, ha de tornar en el sosiego que precisa afrontar los nuevos pasos. El primero es mostrar su decidido propósito de protagonizar una investidura y seguir dialogando con los apoyos prometidos, así como con los hasta ahora negados, no es una locura el voto favorable del PNV, pero cada uno sabe.
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Si finalmente el candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo, no obtiene la confianza de la Cámara y lo hace Sánchez, como parece dibujarse, el presidente del PP habrá de pertrechar su discurso en las pautas originales del primero. En ese estado de cosas, la oposición la encabezará Feijóo y su función y trabajo serán la defensa de la Constitución y la ley, la unidad de España y la búsqueda del bien común en representación de los ciudadanos españoles, de sus necesidades, anhelos y aspiraciones. Tras las primeras sonrisas y palmas que recibirá Sánchez, si consigue la presidencia, tendrá ante sí un rompecabezas inviable, a causa de lo pactado, al que sólo la exageración, las mentiras y las dudas legales darán forma. La búsqueda de una mínima satisfacción en los españoles será tan remota como un nuevo tren para Extremadura. Lo malo de cuando deseas algo tanto –gobernar– es que finalmente no puedas ser capaz de administrarlo ni llevarlo a cabo y, lo peor, es que todo el mundo acabe por saberlo.
De las lenguas cooficiales –cada una en su territorio– impuestas en las instituciones nacionales a la condonación de las deudas que convengan, la amnistía para los delitos cometidos en nombre de según qué causas políticas… O la puesta en marcha de medidas contra la continuidad de la nación y las instituciones del estado y la Constitución, no van a poder ser objeto de camuflaje, tampoco el previsible y creciente descontento podrá ser acallado. Gobernarán unos y aguardarán otros, hay unos límites dentro de los cuales tenemos que caber todos, abanderar las ideas más minoritarias -inmensamente minoritarias-, por muy crucial que su concurso sea para completar una cuenta aritmética, tiene el grave riesgo de que el pueblo acabe por rechazar aquello que ni ha pedido, ni quiere y además le perjudica. Que el prófugo judicial Puigdemont resuelva el desempate es realmente perverso y no hay coartada progresista que lo justifique, pues representa a una suerte política de extrema derecha –esta sí– y con sólo un puñado de votos.
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