Sr. García .
Carta del Director

Periodismo frente a propaganda

El gran desafío de la prensa es hacerse escuchar entre tanto ruido y combatir la desinformación que a menudo emana, precisamente, del poder político

Manuel Castillo

Málaga

Domingo, 13 de marzo 2022, 01:03

Sepan ustedes que la mayor redacción de periodistas de este país no es la de algún periódico, radio o televisión sino la del propio Gobierno. Una enorme maquinaria de comunicación al servicio del poder. Ocurre lo mismo en las comunidades autónomas y la Junta de ... Andalucía no es una excepción. Y en muchos ayuntamientos. Pero es que cualquier equipo de fútbol profesional, como el Málaga, el Sevilla o el Betis, dispone de más periodistas que cualquier sección de Deportes. Y no digamos el Barcelona o el Real Madrid. El propio Festival de Málaga de Cine en Español o muchos centros culturales públicos y privados cuentan con más profesionales que las secciones de Cultura de muchos medios. Y de la misma forma podríamos hablar de partidos políticos, bancos, empresas o instituciones. Esto, en principio, no debería ser malo, todo lo contrario, porque demostraría el valor de la comunicación y la importancia de profesionalizarla.

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El problema surge cuando la comunicación se transforma en propaganda y, por tanto, en desinformación. El poder político lo entendió hace mucho tiempo y pone todo su empeño en intentar controlar todos los canales y flujos de comunicación. El modelo de 'yo me lo guiso y yo me lo como'. Basta observar un poco el ecosistema informativo para darse cuenta de la cantidad de contenidos que diariamente emanan de las propias instituciones públicas: vídeos ya editados, informaciones ya tituladas, fotografías ya recortadas, memes ya compartidos, posts en redes sociales ya viralizados, audios ya cortados, etcétera. Se trata, sin duda, de ganar permanentemente la batalla del relato, de inocularse en las páginas de los diarios o los informativos de las radios y televisiones. Y para ello cuentan, además, con un ejército de políticos y simpatizantes dispuestos a difundir el argumentario por todos los cauces posibles, como cacatúas informativas. Hay que reconocer también la existencia de determinados medios que, sin pudor alguno, se ponen al servicio del mejor postor o de la ideología afín, retorciendo no sólo la profesionalidad sino el propio oficio cuando vuelcan notas de prensa como si fuesen informaciones propias. Y algunos hasta las firman.

Y frente a esta enorme maquinaria, este tsunami de contenidos, está el periodismo, cuyo mayor desafío en estos tiempos es hacerse oír entre tanto ruido y combatir la desinformación, los prejuicios y los dogmas. La invasión de Ucrania nos está recordando el extraordinario valor, por ejemplo, del corresponsal de guerra que, sobre el terreno, nos cuenta lo que está pasando. Las crónicas de Mikel Ayestarán para SUR son testimonios a salvo de cualquier manipulación, porque cuenta lo que sus ojos ven y su corazón siente. Y por este mismo motivo Rusia quiere expulsar a los periodistas extranjeros, para evitar que el mundo conozca lo que pasa en las calles de Moscú y también para que los moscovitas ignoren lo que ocurre más allá del Kremlin. Es preciso, por tanto, recordar la trascendencia del periodista que va y cuenta lo que ve. Todo lo contrario de lo que ocurrió en Afganistán hace unos meses, cuando el apagón informativo impidió e impide saber qué está pasando realmente allí. Porque, y este es otro asunto, ya nadie se acuerda de Afganistán. Ni siquiera nos acordamos del Covid.

Cuando Pedro Sánchez dice que toda la culpa de la inflación en España es de Putin hace falta un periodista enfrente que matice sus palabras. Cuando Pablo Casado asegura que lo echaron de su partido por luchar contra la corrupción también se necesita un periodista que lo desmienta. O cuando la ministra Ione Belarra tacha al PSOE del partido de la guerra. O cuando ella y su colega Irene Montero hablan de diplomacia de precisión cuando en Ucrania están masacrando a civiles. O cuando el Gobierno intenta ignorar que la gasolina a dos euros implica un aumento obsceno de la recaudación tributaria. O cuando los ministros de hoy miran para otro lado frente a la pobreza energética que tanto criticaban ayer. Siempre hace falta un periodista que les ponga frente al espejo. Y siempre necesitaremos un periodismo capaz de combatir la propaganda.

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La desinformación es como el monóxido de carbono: incolora, inodora e insípida, por lo que es indetectable para el ser humano. La persona que está desinformada no es consciente de que algo va mal hasta que en muchos casos es demasiado tarde. Por eso quizá sea momento de plantearse la posibilidad de enseñar a distinguir entre periodismo y propaganda en los colegios e institutos. Porque una sociedad informada y consciente de lo que ocurre siempre es una sociedad más libre, menos permeable.

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