Perder sólo es para siempre hoy
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No podemos pensar que los votantes sean una sustancia conductible o inerte sin más; el ciudadano libre general tiene mil caminos para decidir, pero el más importante es su libérrimo votoPor ahora ·
No podemos pensar que los votantes sean una sustancia conductible o inerte sin más; el ciudadano libre general tiene mil caminos para decidir, pero el más importante es su libérrimo votoA caballo entre unas y otra cita electoral, los resultados del 28-A muestran cómo es de imposible prever un vuelco. Ya no cabe dudar, el PP ha perdido desde las elecciones de junio de 2016 nada más y nada menos que 71 diputados y algo menos del centenar de senadores. Cuando se analizan las causas, incluso se apuntan gestos o hechos hasta aquí dados por buenos, o hasta por óptimos, en las previas. Pero, ante el veredicto negativo general, cualquier decisión que significase un cambio respecto del inmediato pasado puede parecernos ahora una de las generadoras de lo finalmente escrutado y obtenido.
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La ciencia política electoral tiene claves cambiantes y lo que fuera útil o incluso brillante en el precedente ha podido resultar contrario a la consecución de logros en la competición de partidos y candidaturas. Vaya por delante que, independientemente de estrategias y acciones, es el elector quien finalmente decide su voto, y lo hace a la vista de gestos, imágenes, respuestas, proyectos y su propio planteamiento personal. No podemos pensar que los votantes sean una sustancia conductible o inerte sin más; el ciudadano libre general tiene mil caminos para decidir, pero el más importante es su libérrimo voto. Aún a pesar de ello, no cabe duda de que los partidos, ante unas elecciones, tienen un campo de trabajo que sitúa como primera prioridad convencer a los que deciden de la bondad de sus planteamientos y de la conveniencia de elegir a sus propios candidatos. Una organización política de la veteranía de los populares tiene bagaje y equipos para hacer bien su trabajo, pero igual pasa en el PSOE y también tuvo que enfrentarse a malos o muy malos resultados hace no mucho. La novedad -cada cita electoral tiene novedades determinantes-, en este caso para el PP, ha sido el auténtico sándwich político que le atenazó con Ciudadanos por un lado y Vox por el otro. Cs ha basado toda su impronta en sus contados logros y la ausencia de pasado, hoy una auténtica ventaja. Vox ha apretado con su exhibido entusiasmo y ha recolectado apoyos entre los que hasta aquí votaron al PP y una supuesta minuta de principios y valores conservadores presuntamente traicionados por éste. Ambos partidos emergentes han obtenido un respaldo notable, unos creciendo hasta casi doblar su número de escaños y otros irrumpiendo con un aparente vigor musculado. Sin embargo, se trata de sendas derrotas que no lo son menos por la correspondiente sufrida por el tercero en liza, eso sí, más sonada. Lo bien parado que ha salido Cs y la fácil campaña de sonrisas y éxito no dejan de mostrar que no se ha logrado el ansiado sorpasso, objetivo clave del partido naranja, así como la final victoria socialista. Y respecto de la verde formación de Abascal, hoy sabemos que su gran movilización dejaba poca gente en casa, o sea que lejos quedaron aquellos 60 o 70 diputados que ansiaban, 24 escaños puede ser un saldo que augure techo electoral en el primer envite. Perder no es sólo cosa del que más bajas cuenta, también de los que no lograron parar -o no quisieron- la radical transformación en hegemonía socialista del Senado. Perder también es -si damos por buena la planteada existencia de dos bloques- sacrificar diputados en favor del otro lado por la ausencia de entendimiento o la expresa negativa para abordarlo. Circunscripciones como Ceuta, ante la fortaleza de naranjas y verdes, ha terminado por tornar a todos sus parlamentarios en el rojo color socialista tras casi 20 años de hegemonía azul mar del PP. Seguramente ello es perder y hay muchos más casos similares.
Pero quien más pierde es el Partido Popular. Y, aunque para muchos está muy claro, la profunda dicotomía se establece en que mientras para unos las razones están en el abandono del centro político y la moderación, para otros han sido una cierta relajación en la defensa de principios y valores tradicionalmente conservadores. Son dos diagnósticos contrarios entre sí que no alumbran precisamente el camino de vuelta por esa íntima contradicción, la receta que sirve uno y otro análisis no sólo difiere sino que es incompatible.
Al PP le queda confeccionar su propia minuta de errores y acción reparadora, aunque en frente la formación socialista de Sánchez no sea un dechado de claridad, compromisos y virtudes. Las elecciones del 26-M serán piedra de toque en el obligado reencuentro con el reconocimiento favorable de buenos equipos humanos e innegables logros sociales y políticos de alcaldes y presidentes autonómicos. Hacer autocrítica es un ejercicio positivo que ni ha sido evitado ni debe producir ansiedad alguna. La travesía es larga y no faltan experiencia, sabiduría y dignidad, para retomar con fuerza y garantías el futuro más inmediato. El tumulto no impedirá verlo.
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