Siempre fui de Pepe Domingo. Desde antes de aquel día lejano en el Centro Cultural del 27, donde el ministro de Deportes de Tabarnia, Tomás ... Guasch, me tiró un caramelo de menta. Quizá de esto hará más de veinte años o no. Pero yo, niño crecido en la radio desde antes de conocer el secreto de los Reyes, lo recuerdo con imágenes. Con el zoom de la memoria, aquel día el Málaga remontó al Barcelona. Entonces era Basti, y Catanha, y Bravo. Y yo entraba con el aparataje radiofónico en la antigua Rosaleda y hasta aprendí a soldar cables y la maravilla, tecnológica, que esconde un micrófono. Por eso, y porque me invitó, fui el jueves a la presentación del libro de Pepe Domingo Castaño. Él, contra nosotros, fue niño de lluvias a las orillas del Sar, como le cantaba Rosalía, aquella poetisa que a los castellanos de todas latitudes nos puso a parir. La cuestión es que la serendipia, la casualidad, el Dios burlón de las cosas corrientes, nos puso un libro y una presentación a la hora del aperitivo. Fue en esa Málaga interior que es Madrid y pasó hasta Ayuso, hablando de la 'saudade' que tienen las tardes de domingo. Que por cierto, hablando de domingo, fuimos a ver a Pepe Domingo con el viejísimo amigo Germán Mansilla y muchos otros. Pepe, amigo, es memoria lista, fue opositor a santo pero vio que la santidad es un camino para unos pocos. Igual que la radio. Yo a Pepe, que ganó el Alcántara, lo quiero. Lo quiero igual que a mi psiquiatra, a mi perro Lupo y a la última foto que tengo, precisamente, con Alcántara. Vivir es contar y «rajar» con verdad y compasión. Y hablar de un cortacésped con la misma pasión que de un infarto silente.

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Últimamente escribo aquí mucho de mi familia postiza a 380 kilómetros en línea recta. Pero Pepe Domingo me publicitó en 'prime time' mi último libro, y eso no tiene precio. Porque como él mismo dice, o le dijo a Ayuso, vivir feliz es ese ejercicio de «ser un no perdedor». Entre eso y el amor, el amor de verdad, consiste el ser residente en la Tierra en palabras de Pablo Neruda. Lo demás, la psicomagia y hasta el yoga son parches. Abrir el corazón aunque truene, llueva, nieve y amanezca. No hay otra. Y la felicidad está hasta en el inicio de los Estados Unidos por sus padres fundadores, así que fíjense la importancia de la cosa.

Pepe Domingo odia y añora la lluvia, pero suyo es el sol de Marbella al que dedica un capítulo. Lejos le queda aún ese papelillo machadiano de los días azules y los días de la infancia. Yo tenía un padrino gallego que se llamaba Gabi. Ahora, aquí, el gallego soleado soy yo. También, en esta semana, he descubierto que desde la casa natal de Juan Ramón Jiménez se ve el mar.

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