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La observación de la realidad es un ejercicio siempre en conflicto con muchos elementos que tienden a nublarla. Desde las circunstancias de todo orden del propio observatorio a la inevitable subjetividad del observador, sus afinidades, sus prejuicios y sus tendencias. Pero hay hechos, sucesos o números que, sean cuales sean los amagos, interpretaciones o pegas, imponen su existencia a todos y cada uno de los que los que miran. Veinte mil muertos oficiales hasta aquí y no va a terminar en esta cifra desgraciadamente. Nada va a poder aliviar lo que ya ha pasado, cifras, decisiones y hechos. Menos aún esos tics autoritarios con que se desenvuelven ahora los responsables gubernamentales, ni las encuestas fake de Tezanos, intentando hacernos creer que los españoles queremos que se nos imponga como única la verdad oficial por parte de los que tantas veces nos han mentido. El estado de alarma ha transformado nuestra vida de modo trascendente, la fundamental libre circulación nos ha sido recortada y ejercerla nos convierte en presuntos alteradores de un orden público intervenido que nos pone frente a sanciones de alta cuantía y la obligación de tener que explicarnos ante la policía por salir a la calle o transitar en vehículos. Estos son hechos y que sea necesario confinarse o comportarse de tal modo que se impidan las posibilidades de contagio no podrá velar que también ha sido confinada nuestra libertad. Que ello pueda justificarse es una cosa, pero que ha ocurrido es y será innegable.

Bajo arresto domiciliario efectivo y masivo, en España tenemos las peores cifras de fallecidos por cada millón de habitantes, así como el mayor porcentaje de contagiados sanitarios. Ello significa que el Gobierno de España ha sido hasta aquí el peor de los del mundo ante la lucha contra el coronavirus. En pura teoría, cuando se constata que la propia acción es un fracaso, lo primero es reconocerlo y pedir perdón, lo segundo es corregir la tendencia y empezar a hacer correctamente lo que hasta aquí no lo ha sido. Ello no es una opción, es obligatorio y forzoso, porque toda una nación está esperando resultados.

Ni discursos interminables pretendidamente empáticos -o peronistas- del presidente del Gobierno, ni oportunistas intervenciones y nefastas propuestas del vicepresidente comunista Iglesias -sin respaldo electoral-, ni interpretaciones acerca de la inflamación de los bulos hasta poner verdaderamente en jaque la libertad de expresión, ni llegar más allá en este efectivo recorte de derechos y libertades individuales van a poder taparnos la boca.

El declarado propósito de creación de un ingreso mínimo vital, no para esta situación, sino de modo permanente, es tan extemporáneo como traer ahora la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, legislar sobre indultos o colar a Iglesias en la Comisión del CNI. Pavonearse con unos pretendidos nuevos Pactos de la Moncloa es otro ejercicio rimbombante de mentiras que a nada nos puede llevar. Queremos disponer mascarillas, epis, batas y test masivos. Queremos aprobar medidas para paliar la falta de liquidez y conservar empleos y empresas. Queremos atender lo que pasa y salvar vidas, nada más y nada menos que eso. Si Sánchez no puede o no sabe -que no-, debe irse.

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diariosur El peor del mundo