Penas de primavera
INTRUSO DEL NORTE ·
No puedo dejar de recordar la sonrisa de Imbroda. Un verano. El CandadoSecciones
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INTRUSO DEL NORTE ·
No puedo dejar de recordar la sonrisa de Imbroda. Un verano. El CandadoCon la muerte de Javier Imbroda se va una parte de Málaga, de su historia. Ya no tan reciente pero feliz. Aquel Unicaja glorioso, sí, ... pero también la ciudad que vivía con pasión aquel equipo que a punto, hace ya muchos años, estuvo a nada de tocar la gloria por primera vez. Imbroda tenía esa pasión por el balón que llevaba a a lo educativo: o cómo un balón podía ser un elemento de primera magnitud. Muy buen tipo, podía, y yo lo he visto un día que desayunamos, mediar en una pelea entre dos puntos filipinos y solventarla. Dios lo tenga en su gloria, que personas así no hay muchas.
Aun así, lleva el que ha vivido. E Imbroda ha vivido conforme a una humana rectitud que tiene mucho que ver con el baloncesto, que no se nos olvide.
Abril. Ha llegado abril, por ventura. Aunque tengamos que despedir a Javier Imbroda y sentir el golpe. Ha sido marzo un mes en que la meteorología se ha burlado de nosotros. Desde Nieves inopinadas al puro barro. De ahí barro empolvando calles, plazas, canalillos y canalones. Se nos olvidó de qué color era el cielo. Y eso, en la Costa del Sol, va creando una costra en el alma que duele. Ya ha llovido lo que tiene que llover. Que las bajas presiones nos dejen en paz.
Abril 2. También marzo ha sido ese mes en que Occidente ha enseñado la patita, perdido como estaba con esnobismos varios que eran vergonzantes y virales. La guerra de Ucrania, quizá como la pandemia, nos hizo ver lo que de verdad importa en este mundo tan simple y a la vez tan complejo: gobiernan los peores y sólo nos queda quejarnos de la manera más punitiva posible. En ésas andamos y en esas andaremos. Siempre que nos busquen. En marzo sucedió todo tan deprisa que vimos que el Infierno no eran los otros: el Infierno era la calle. Después llegó la calma, pero fue un mes que debemos olvidar por salud mental.
Traslados. Aquí, al sótano sombrío, van llegando por este periódico los traslados. Ya no queda nada para esa vuelta a la normalidad que tanto ansiamos. No es sólo que Dios salga a las calles malagueñas cuando el calendario lo dicta y ya huele a azahar. Es que el contribuyente más o menos capillita necesita que sus niños vean que hay una semana al año en que el Barroco campa a sus anchas, y la ciudad se desvive. Y todo se hace un ágora de fe, también de curiosidad. Eso es nuestra Semana Santa. Eso y mucho más.
La muerte. No puedo terminar el artículo sin volver a acordarme de Javier Imbroda. De esa sonrisa. De aquellas mañanas de natación en la piscina olímpica de El Candado. De aquel póster que regaló este periódico. En el fondo, ha dejado todo un legado que poco a poco irá calando en el recuerdo constructivo del malagueño.
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