El alcalde de Sevilla, el socialista Antonio Muñoz, cogió esta semana una pataleta infantil por el anuncio de United Airlines de establecer este verano una línea entre Nueva York y Málaga, argumentando que detrás de esa decisión empresarial hay razones políticas. Es decir, el regidor ... insinuó que la Junta de Andalucía maniobró para convencer a la compañía de que la mejor opción era Málaga y no Sevilla. Se puede llegar a entender cierto disgusto, pero para empezar debiera saber Muñoz que está prohibido desde hace tiempo que las administraciones públicas puedan llegar a acuerdos económicos con aerolíneas para incentivar determinadas conexiones, porque ello afectaría a la competencia equitativa. Las normas de la Unión Europea garantizan que todas las compañías, sean europeas o no, tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades de acceso a los servicios relacionados con el transporte aéreo, con lo que no se pueden establecer ningún tipo de subvención o ayuda que rompa esa igualdad de oportunidades. Cualquier administración puede promocionar los beneficios de su territorio como destino, pero nada más. De hecho, en la pasada legislatura el entonces consejero de Turismo, Juan Marín, tuvo la feliz idea de querer hacer una campaña en paises latinoamericanos para intentar favorecer conexiones aérea con Sevilla a cuenta de la conmemoración de la primera vuelta al mundo.
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Por todo ello, resulta ridículo pensar que United Airlines haya tomado esa decisión por razones que no sean puramente empresariales y basadas en la rentabilidad y eficacia.
También hay que afear al candidato del PP a la alcaldía de Sevilla, José Luis Sanz, que azuzara el agravio culpando a Muñoz de dejarse robar la cartera por Málaga. Una vez más, lo que ellos llaman la acción política, que no es otra cosa que primar el interés partidista sobre el general, cueste lo que cueste y caiga quien caiga, se impuso con tan de erosionar la figura del contrincante.
Detrás de todo esto está el permanente berrinche de Sevilla por el auge económico, social y cultural de Málaga y por la progresiva pérdida de peso que ya reconocen muchos sevillanos. Sevilla ha pasado de mirarse el ombligo ensimismada durante décadas, confiada en el permanente apoyo de la Junta de Andalucía, en su capitalidad y en su historia, a mirar Málaga como una amenaza real a la que culpan de todos sus males.
Y este hecho simboliza perfectamente el cambio sociológico y de mentalidad que está experimentando Andalucía en los últimos años. Desde la Transición, la región se gobernó desde la centralidad sevillana. Andalucía era lo que se veía desde el Guadalquivir, lo que provocó una enorme sensación de agravio no sólo en Málaga sino en otras provincias.
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Pero en los últimos años, incluso antes del cambio de Gobierno con la entrada del PP, la mentalidad fue cambiando. Y lo hizo con Málaga como locomotora, tanto económica como emocional. Málaga quiso construir un nuevo modelo de sociedad y lo está consiguiendo, con sus errores y aciertos, y ha originado una especie de efecto contagio en toda la Comunidad.
Ahora Andalucía, como antes lo hizo Málaga, quiere competir de tú a tú con otras regiones y liderar muchos aspectos de la economía y la actividad empresarial. Y hay un hecho que, en mi opinión, resulta revelador. Ya no se escucha hablar tanto del PER, ya saben, ese plan de empleo rural que ahora se denomina Plan de Fomento del Empleo Agrario (PFEA). Ni de peonadas, ni de la Andalucía subsidiada y subvencionada. Ahora se escucha más hablar de emprendimiento, competitividad, liderazgo, etc. Y eso, aunque anecdótico, puede ayudar a entender lo que está pasando en Andalucía.
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Por todo ello Sevilla no debiera ver Málaga como una amenaza, sino como un espejo en el que mirarse. Si United Airlines elige Málaga para su conexión con Nueva York está realmente eligiendo Andalucía y su aeropuerto más importante. Porque el centro aeroportuario de Málaga es el centro neurálgico de la región y así hay que entenderlo y potenciarlo.
En los mentideros sevillitas se sigue hablando de la cantidad de malagueños que hay que puestos relevantes en Andalucía, desde el propio presidente de la Junta, Juanma Moreno Bonilla, hasta el presidente de la Confederación de Empresarios de Andalucía, Javier González de Lara, pasando por consejeros, viceconsejeros, directores generales o, vaya por Dios, hasta el director general de Radio Televisión de Andalucía, Juande Mellado. Hasta el rector de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, Francisco Oliva, es de Málaga, lo cual no deja de ser una simple curiosidad. No se dan cuenta allí, a la orillita del Guadalquivir, de que durante décadas todos esos cargos y muchísimos más fueron ocupados por sevillanos de origen o mentalidad.
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Ha sido muy saludable que en Sevilla se hayan abierto las ventanas para que entren aires nuevos, aunque vengan de otros lugares como Málaga. Porque el futuro de Andalucía pasa también irremediablemente por Sevilla y por el resto de territorios sin que haya que caer en el provincianismo de pedir el carnet de identidad. Hay dos formas de entender Andalucía, mirando al pasado ensimismada en lo que fue y lo que otros quisieron que fuera, o proyectándose al futuro con la confianza y seguridad de una región que, además de ser cuna de personajes de extraordinario talento y genialidad en la historia de la humanidad, ha demostrado su capadidad para liderar, como un territorio cohesionado, una nueva forma de entender el mundo.
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