Secciones
Servicios
Destacamos
Federico Soriguer
Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias
Lunes, 14 de abril 2025, 02:00
El sábado 29 de marzo, a las 21.30 de la noche, primer fin de semana sin lluvia, con mi mujer y unos amigos nos ... dirigíamos a cenar al paseo marítimo de Pedregalejo, cuando tropezamos con la procesión de una Virgen Dolorosa con trono, andas, costaleros, capuchones, música, incienso, cirios, pero sin curas, que desfilaba solemnemente frente a los chiringuitos, bares y restaurantes, a esa hora ya abarrotados de gente. Desde hace un cuarto de siglo dos colegas holandeses vienen todos los años a la Semana Santa de Málaga. No fallan. Llegan el Domingo de Ramos y se van el de Resurrección. ¿Por qué, les pregunto? «Porque nos gusta este gran espectáculo, esta enorme representación, donde los misterios dolorosos se convierten en gozosos y donde la espiritualidad es sustituida por la sensualidad, liberando al hijo de Dios de su condición de chivo expiatorio que carga bajo sus hombros con el trágico destino de la humanidad». No está nada mal para venir de la protestante Holanda.
He de aclarar que mis amigos son médicos, de formación calvinista, aunque ahora seguramente ateos. Como la conversación suele ser en inglés y esto es, además, un resumen, no garantizo la literalidad de su pensamiento. El caso de los amigos holandeses a mí me parece un buen ejemplo de lo que podemos llamar 'pasión del SUR'. Se puede concebir un mundo sin dioses, pero no sin religiones. Amamos los ritos que nos atan a las costumbres. No hay religión sin ritos. La religión no es el opio del pueblo como decía Marx. La religión es el pueblo. En el mismo texto donde expresa Max esa idea, escribe: (..) «La crítica a la religión es, por tanto, en germen, la crítica del valle de lágrimas, cuyo halo lo constituye la religión» (..). Esto lo escribió en 1843. Unos años antes, en 1840, Heinrich Heine, había escrito: «Bienvenida sea una religión que derrame en el amargo cáliz de la sufriente especie humana algunas dulces, soporíferas gotas de opio espiritual, algunas gotas de amor, esperanza y creencia». Pero, qué dramáticos son estos filósofos alemanes. Que empacho de idealismo. Qué diferencia con la cultura mediterránea: El caso andaluz es particular. Una semana al año la sociedad civil, aprovechando la muerte de Dios, recupera el poder sobre lo sagrado, secuestrado el resto del año por los clérigos. Una semana en la que la sociedad se vuelve politeísta, recupera a los dioses y diosas, a los que idolatra, pasea y baila, tomando las calles repletas de esa sensualidad propia del comienzo de la primavera.
Una semana donde la encarnación deja de ser un misterio y donde lo sagrado se manifiesta a través de una explosión de los sentidos, de olores, sonidos, risas, de las lágrimas inevitables ante tanta emoción a flor de piel. Una semana esperada donde los misterios gozosos desplazan a los dolorosos y donde el Dios único es destronado por miles de dioses menores que llenan de sentido una forma sensual y distinta de espiritualidad que aquí, frente al empacho fideísta centroeuropeo y protestante llamaremos espiritualidad a la mediterránea. Una religiosidad andaluza en la que se invierten «los acentos de la experiencia religiosa de manera auténticamente revolucionaria, pasando de lo sobrio a lo festivo y exuberante, del realismo a la fantasía, de la cordura a la 'locura', de la realidad a la ficción, del conocimiento objetivo a la utopía, del cálculo a la imaginación desbordante», palabras que escribió Harvey Cox en la 'Las fiestas de locos'. Un influyente teólogo norteamericano adscrito a la Iglesia baptista que probablemente no conozca la Semana Santa andaluza, aunque pareciera que estaba hablando de ella.
Una religiosidad andaluza más cerca de una teo-poética (imaginativa), y metafórica con conciencia lúdica no necesariamente politeísta, pero sí con capacidad de adorar múltiples expresiones imaginativas de lo divino, ideas todas ellas sacadas de Sallie McFague, otra teóloga, anglosajona y norteamericana, que seguramente tampoco conoce la Semana Santa andaluza. Un politeísmo sin predicamento, más marianista que cristológico, entre otras cosas, además de un descomunal auto mezcla de sensualidad y sacralidad.
Una semana, en fin refugio último de una religiosidad mediterránea, baluarte del rigor mortis puritano de los protestantes. Ese rigor del que, probablemente, vienen huyendo mis amigos holandeses, capaces de ver detrás del ruido y la fiesta lo que muchos de aquí entre los que, tal vez me encuentro, a fuerza de verlo, de saberlo, hemos olvidado o que, tal vez, embotados por la rutina y la repetición somos ya incapaces de percibir. En todo caso, para que un ritual como el de la Semana Santa andaluza tenga éxito, tiene que ser magnificente, espléndido, enraizado en la estética y en la cultura local y justificado por una sólida tradición. Al fin y al cabo, entre lo sagrado y lo profano, como entre lo sublime y lo ridículo hay solo un paso. Lo vemos todos los años en algunos sitios y en algunos momentos de las semanas santas de Andalucía, especialmente cuando los ritos se salen de su carril y ocupan espacios y fechas que los desbordan. Y es esto lo que a mí me pareció percibir cuando vi a esa Dolorosa, rodeada de capirotes, bailada y procesionada a las 10 de la noche por el abarrotado paseo marítimo de Pedregalejo. Y que los aficionados me perdonen pues reconozco no tener ningún título para este pregón de semana santa en el que ha estado a punto de convertirse esta columna del diario SUR.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.