Poco a poco los costales van identificándose, a un lado todos los juristas acreditados y de renombre rechazando la constitucionalidad de la ley de Amnistía, los expertos en ética descartando este texto como portador de valores y los filósofos y analistas resaltando la injusticia que ... conlleva su aplicación. En frente está, medio encapuchada, una ajustada fracción de políticos y medios materialmente encarnada por Diputados Nacionales titulares sin respaldos argumentales, cívicos o institucionales, sólo con el ministro Bolaños de portavoz y «experto». Nunca una coalición parlamentaria tan numerosa se encontró en mayor soledad que este agrupado conjunto «progresista», nunca menos asistida una presunta mayoría. La tradicional separación en dos de los bloques a favor y en contra de una decisión o medida se encarna entre los contrarios, todos a una, y los silentes tácito-partidarios. Estos últimos esconden su alineamiento con peros y algún que otro subterfugio, porque no encuentran una salida intelectual airosa a su posición más allá de una supuesta mejora de la convivencia y alguna definición democrática fallida. Es la «corporación política vital» -ser o no ser-, pues su anhelada hegemonía depende de su cierre de filas con lo que quiera que sea que haya que tragar.
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Hay estilos y maneras, los peones están pasando, en cualquier caso, un auténtico mal rato. La vicepresidenta Montero conduce con alegría esta tensa espera, quizá reflejando su felicidad por su recién estrenado nuevo rango de Vicepresidenta Primera. Su compañera Ribera actúa y expone sus quejas como quien rechaza los jarros de agua fría que cualquier obstáculo a Puigdemont supone para sus esperanzas, aún comprometiendo su posición institucional y exhibiendo ignorancia e impostura. La otra Vicepresidenta, Yolanda Díaz, sin embargo, habla poco de la amnistía, más allá de algún sonido gutural que viene a insinuar una especie de «bondad social para todos» de traza polivalente por no sabemos qué relación o motivo. Félix Bolaños intenta alzar la voz a ver si alcanza una cierta autoridad constitucional con su personalísimo aval impudoroso y desnudo de todo conocimiento acreditado o en profundidad. El resto de los veintitantos cofrades del Consejo de Ministros calla más que dice, la espera se alarga y a ratos es desconsoladora, pero apostar por Sánchez suele salir bien... Lo cierto es que siguen y van a seguir apostados hasta poder consumar su destrozo, decididos a sacrificar la igualdad de los españoles e interpretar a su conveniencia la Constitución, las leyes y hasta su deber. Pero no es fácil ni cercano en el tiempo que Puigdemont pueda dar su añorado paseo por la Rambla de Barcelona, pues hay una inmensa fuerza de la razón dispuesta a oponerse a ello, tanto institucional como legalmente. Cada paso en la tramitación de esta proposición de ley revela enmiendas que pintarrajean esta gran tronera ampliando plazos de aplicación o hasta redefiniendo el delito de terrorismo. Por momentos el prisionero fugado de Waterloo puede quedarse fuera de su ansiada exoneración. Hay en juego un medio y una causa, liberar al prófugo y apuntalar a Sánchez, si el consorcio progre fracasa, será el más grande fiasco. El color de la justicia es azul claro...
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