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Dice alguna biografía apócrifa de José Luis Escrivá que su concurso se lo sorteaban PP y PSOE, y es que en su día -allá por 2013- el ministro Montoro lo propuso para un cargo de nuevo cuño, la Autoridad Fiscal Independiente. Luego llegó Sánchez e ... incluyó a Escrivá en la larga retahíla del Consejo de Ministros de un gobierno, digamos, contrario. Se lee en algunas hemerotecas que Escrivá fue el impulsor del salario mínimo vital, si bien todo indica que, aunque nunca lo quiso, sí fue quien lo hizo posible. Hombre de perfil técnico y rigurosas maneras, tuvo que adaptar su gran preparación y racionalidad a vaivenes difíciles de encajar en su cartesiana formación. Era la comidilla de sus compañeros por los malos ratos que se vio obligado a pasar en sus comparecencias con Yolanda Díaz, aun antes de ser vicepresidenta. La forma de expresarse la titular de Trabajo, su empeño en explicar la figura jurídica del ERTE de manera escasa y heterodoxa, las afirmaciones y la filosofía política exhibida... Todo ello realmente chirriante para el ministro Escrivá, que hubo de aprender rápidamente a controlar sus gestos faciales y hasta su rictus más reflejo para ocultar su sorpresa y discrepancia casi absoluta. Pero el tiempo pasa y a todo se acostumbra uno, tampoco es cuestión de quedarse atrás renunciando a cualquier posibilidad protagonista, así que decidió lanzarse, después de reunirse con el bueno de Ximo, Ximo Puig. Es sabido que este dirigente valenciano, presidente de la Generalidad, anda barruntando gravar a la Comunidad de Madrid con algún artilugio tributario extra que compense los privilegios capitalinos o mesetarios -como ya anunció hace una semana en rueda de prensa multitudinaria-. Don Ximo -pronúnciese Chimo- llevaba tiempo analizando la fiscalidad madrileña y con sus capilares maneras ha decidido acusarla de hacer dumping por el mero ejercicio de sus competencias en aplicar los márgenes a la baja, dentro de sus propias atribuciones legales. Aunados Ximo y Escrivá, se lanzaron tras aquel epígrafe, hace tiempo avisado, que se llama armonización. Dicen que la armonía es la virtud más buscada por los más perfeccionistas artistas de todas las disciplinas; sin embargo, la armonización es una falsa pero bella expresión que suele esconder trampas para gorilas.
De hecho, a la postre, todo ha sido muy triste, pues la ministra Montero -la titular de Hacienda- no ha esperado sino horas para desautorizar expresamente al ministro de Seguridad Social y al president Puig: «... esta propuesta no está en la agenda del Gobierno ni lo va a estar nunca». Para una vez que Escrivá se lanza a plantear una iniciativa de tintes políticos -eso sí, no propia de su recortada área de responsabilidad-, van y se la chafan. En lo sucesivo -se rumorea que ha dicho a los suyos- será más prudente, vamos, que se aferrará a su prudencia de siempre y abandonará ese cegado impulso que le animó a pasearse por territorios políticos ignotos de la mano de un Ximo Puig al que creyó avezado e incapaz de tirarse a la piscina sin mirar.
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