Hay cerca de la placa que lleva su nombre y su oficio un olivo. Al fondo se ven tres letras. SUR. En el acto de la inauguración del parque estaba la familia. Toda la familia. Elena, sus dos hijos, y esa comunión de parientes que ... es la familia de SUR. Lazos de sangre y lazos de tinta. Parque Periodista José Antonio Frías. Entre el olivo y las tres letras del periódico se desarrolló su vida. Hasta podría decirse que todo lo demás fue una consecuencia de esas dos raíces. Felices consecuencias. Frías, el Viejo. El del cordón de cuero y el del despacho de director con la puerta abierta a la Redacción.
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La primera vez que hablé con él fue de una guerra. De un artículo y una guerra. Del papel de los periodistas en los conflictos bélicos. Su armamento. Una cámara, un bloc de notas, una grabadora. Las guerras y los artículos siguen. El periódico sigue. El periodismo sigue, aunque muchos pretenden que empiece a ser otra cosa. Hablan de su agonía. Mejor hablar de su transformación. Menos tinta y más pantallas. Más dispersión, más fragmentación. Ese es el desafío. Más necesario que nunca el periodismo verdadero, ahora que el bombardeo de la desinformación, las patrañas y el Gran Hermano se hacen más viscosos y se cuelan por todas las rendijas. Aquello contra lo que siempre luchó Frías. Antes de ser director y siendo director. Tenía raíces profundas. Como algunas de las que ahora surcan el corazón de su parque.
Justicia poética, justicia periodística y justicia cívica darle su nombre a un trozo de la ciudad. Esa ciudad que también se construye desde la Redacción de un periódico, día a día. No, SUR no es Málaga, pero, como Manolo Castillo dijo, casi. Casi lo es. Y parte de ese «casi» se lo debe este periódico a José Antonio Frías, el Viejo, el que mordisqueaba capuchones de bolígrafos, el que tenía la vista aguda y la sonrisa fácil. El que a veces me llamaba Antoñito y me recordaba que era más joven que yo. Unos pocos meses. Un pie para la complicidad. Una Redacción también tiene que ser eso, una red de complicidades. El director, alguien capaz de recomponer los hilos cuando estos se deterioran. Los zurcidos de cada día. La batuta movida sin aspavientos. La de Frías, la batuta, era invisible. Al menos yo nunca la vi. El legado de su oficio está en las tres letras que son más que un punto cardinal. En la foto de familia –huérfana como lo son todas las familias– estaban los viejos compañeros, los que trabajaron bajo su dirección y otros para los que Frías es un eco. La referencia de alguien que dicen que fue un buen director, un buen amigo. Un buen periodista. Y ahora, Viejo, un parque. Quién da más.
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