El alféizar

La parábola del agua

Podemos aprender de la actitud de la gente ante la pertinaz lluvia. Hay quien se cree un dios que, a libre antojo, pudiera decidir cuándo, ... dónde y cuánto debe llover. No podemos controlarlo todo, no podemos adelantarnos a todo y mucho menos cual, si de dedo mágico se tratase, decidir sobre el agua que regará nuestros campos.

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Llover ha llovido un rato. Un rato grande. Prolongado en el tiempo. Hasta los hartibles han tenido tiempo para cantar bajo la lluvia. Desgraciadamente, las persistentes lluvias provocaron muertes y afectaron a infraestructuras, viviendas y vida cotidiana. También, por otra parte, llenaron pantanos, aliviaron la pertinaz sequía y facilitaron los regadíos, entre otras bendiciones. Sin embargo, con tanta lluvia se aprenden cosas, por ejemplo, que no aprendemos: no aprendemos que el cambio climático ha llegado para quedarse y que, si no hacemos algo a tiempo, el cambio de clima cambiará nuestras vidas; no terminamos de entender que no podemos decidir sobre cualquier cosa, aún nos queda mucho para controlar los cubos que manan del cielo; no todo lo podemos controlar por mucho que nos empeñemos y aunque haya quien legisle sobre la vida humana. Ya pasó con la pandemia, ocurre con el agua y ocurrirá con otras cosas que irrumpen en la vida, como la salud.

Es la historia de siempre, recogida, para más señas, en los seculares relatos bíblicos; pero como cada vez se lee menos y desprecian nuestras tradiciones incluida la propia historia, no hay manera de salvar la dirección que toma un día sí y otro también la humanidad. La historia nos pone por delante lecciones para aprender y llegado el caso, salvar de la mejor manera el discurrir cotidiano. Conviene aprender que no todo depende de nosotros, pero en lo que dependa, sí empeñarnos en hacer las cosas bien.

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