La Tribuna

Para qué sirve una Expo

Hoy la palabra hueca de la sostenibilidad riega y purifica, como agua bendita, toda suerte de barbaridades, políticas, económicas y urbanísticas

Salvador Moreno Peralta

Arquitecto

Domingo, 2 de julio 2023, 02:00

Salvo en los medios locales, la exclusión de la candidatura de Málaga en la Expo 2027 no mereció en los primeros momentos ni una sola ... mención en los medios foráneos, escritos o audiovisuales. Ello da idea de la importancia del evento y nos obliga a preguntarnos para qué sirve hoy una Expo.

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Las primeras exposiciones universales –Londres, París, Barcelona…– datan de mediados del siglo XIX y servían para asombrar al mundo con los alardes de la industrialización. Las segundas –Chicago, Nueva York, de nuevo París, Bruselas, Montreal, Osaka, Vancouver…– respondían a la era del intercambio cultural. Para divulgar inventos y para conocernos mejor todavía había que viajar expresamente a esos lugares en donde la modernidad se concentraba por unos meses. Pero hoy para estar al tanto de cualquier innovación no hace falta viajar a ninguna parte porque ya la tenemos en Siri o Alexa en tiempo real. Por otra parte, la Cultura y la Economía han desplazado sus centros de gravedad de los estados-nación a las ciudades, de ahí que utilicen las Expos como mecanismos de promoción de sí mismas en un mercado urbano muy competitivo. Y es que, valga la simplificación, las ciudades hoy compiten entre ellas como si fueran empresas: las grandes como multinacionales y las medianas como pymes, cada una de ellas con sus expectativas de beneficio en función del volumen de negocio que permita la explotación de sus 'activos' urbanos.

Realmente nada nuevo: todas las Expos han servido de promoción de las ciudades en donde se celebraban. Lo que sí es nuevo es que en un país como el nuestro, más cantonal que autonómico y más periférico que central, haya que montar toda una Expo para que las ciudades se hagan visibles desde el panóptico de la capital y sus medios de comunicación. Y así es porque las regiones y las provincias decidieron un día que las identidades eran la razón de su existencia y todo lo que quedara fuera de nuestras boinas mentales era el vacío. A la capital le entregamos lo general y nosotros nos quedamos con lo particular, para Madrid lo universal y para nosotros el folklore. Y cuando, como en el caso de Málaga, una ciudad aflora pujante desde las profundidades del desconocimiento ajeno, ya es tarde para reivindicar otro papel urbano y político distinto al tópico que se labraron de nosotros, con nuestra pasividad y aquiescencia.

Contra los tópicos viene luchando Málaga y lo ha estado haciendo de la mejor manera posible, aquella que puede servir de modelo para otras ciudades medias que quieren levantar la losa que las entierran. Y lo estaba haciendo con sus propios recursos, apostando –por fin– al destello de sus fortalezas en vez de a las chispas de los agravios. Naturalmente los problemas de una ciudad que crece son mucho mayores que los de una ciudad estancada y el triunfo de las ciudades es sinónimo de la superación de sus conflictos. Tal vez se pensaba que celebrar una Expo era un buen atajo para solucionar varios de ellos pero, aparte de que no se concibe en la historia un concurso sin tongo, creemos que con la decisión tomada nos hemos quitado un enorme peso de encima.

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En primer lugar porque Málaga se postulaba bajo la advocación de «la era urbana: hacia la ciudad sostenible» y sólo disponía de tres años para mostrarse como tal. El eslógan de ciudad sostenible se basa en una falacia hoy muy extendida: pensar que la sostenibilidad afecta sólo a la contaminación atmosférica y no a la integridad de una estructura económica, social y productiva, a una forma equilibrada y racional de relacionarse con su territorio, y no por los medidores de CO2 al pie de sus amenazantes rascacielos. Sin embargo, hoy la palabra hueca de la sostenibilidad riega y purifica, como agua bendita, toda suerte de barbaridades, políticas, económicas y urbanísticas. Y esto lo saben perfectamente los poderes económicos que, aprovechando las ventajas difusoras de la globalización, se han adueñado del universo introduciendo en el código de la corrección política la sostenibilidad como artículo de fe, tras el cual existe una industria con dueños poderosos que saben bien de la naturaleza mercantil de su producto. De ahí que presentarse como paladín de la sostenibilidad podría ser muy correcto desde el punto de vista de su pública justificación pero algo naïf para el colmillo retorcido de los miembros del comité.

En segundo lugar, para poder hacer frente a las obras comprometidas en la candidatura, el Ayuntamiento tendría que abordar previamente una revolución administrativa que no está a su alcance. ¿De veras alguien creía que la Expo 2027 se iba a poder realizar a tiempo estando los expedientes en manos de la Gerencia Municipal de Urbanismo, las Delegaciones Provinciales de Medio Ambiente, Cultura, Ordenación del Territorio, etc, así como las compañías suministradoras de servicios,… o los dueños del aire como Aesa y decenas de 'entidades colaboradoras' por el estilo estilo?

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No debe el alcalde sentirse frustrado porque este haya sido uno más de los desaires que la ciudad ha sufrido entre bambalinas, a pesar del buen trabajo realizado. Al contrario, puede estar orgulloso de ser el gran responsable de que esta Málaga irreconocible esté en una posición magnífica para hacer frente a los problemas que genera su propia excelencia. Pero sobre todo puede sentirse aliviado de no haber tenido que sufrir las garras de una bestia burocrática cuyo crecimiento no se atajó a tiempo.

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