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Sr. García .
Palos de ciego

Palos de ciego

CARTA DEL DIRECTOR ·

Es urgente como país esclarecer la gestión desnortada de esta pandemia y contribuir a la unidad que ahora reclama Sánchez, pese al riesgo de que sea un nuevo ardid del presidente

Manuel Castillo

Málaga

Domingo, 6 de septiembre 2020, 01:48

Sólo hay algo peor que equivocarse: no hacer nada. O esperar que lo hagan otros. La pandemia ha puesto al mundo frente a su espejo y sus debilidades, demostrando la fragilidad de todo aquello que podía parecernos hercúleo. La Covid-19 es toda una lección de humildad frente a la soberbia natural del ser humano. Pero a pesar de ello, no en todos los lugares se está afrontando de la misma forma esta batalla sanitaria y económica. Me he preguntado durante el mes de agosto qué ocurriría si en un naufragio los diferentes presidentes mundiales estuvieran a los mandos de los botes salvavidas y los pasajeros pudiesen elegir a quién confiar su salvamento y sus vidas. El barco español, con Pedro Sánchez a los mandos, seguro que no sería una de las primeras opciones. Si nos atenemos a los datos de esta crisis, quizá sería de las últimas.

Y lo peor es que aún no tenemos respuestas a la gran pregunta: ¿por qué España está a la cabeza mundial en número de contagios y tiene el mayor índice de desempleo por el impacto del virus de los países de su entorno? ¿Será un problema estructural o de mala gestión? La realidad es que en los momentos más difíciles de la historia reciente de España tenemos a los políticos menos solventes. Ya lo decía recientemente el ex ministro del PSOE, Jordi Sevilla: «Recordando lo obvio, una cosa es gobernar, otra dirigir, otra supervivir y otra distinta liderar. Con la suma de la pandemia más crisis económica necesitamos un liderazgo fuerte que sólo puede surgir de los consensos». Y es verdad, en España lo que falta es liderazgo y lo que sobra son gobernantes henchidos de poder.

Hay una realidad objetiva: ante un problema como la pandemia es imposible acertar siempre, poner a todo el mundo de acuerdo y, mucho menos, contentar a todo el mundo. Pero una cosa es eso y otra asistir a un alarde de ineficacia, de palos de ciego. El Gobierno debería liderar; y en ello ni está ni se le espera.

Cuando el país debía estar preparándose para el peor otoño posible, con el previsible impacto de una segunda oleada del virus y una crisis económica venidera de dimensiones colosales (expertos la consideran la más severa desde la Segunda Guerra Mundial y en el caso español de la Guerra Civil), nuestros políticos andaban a la gresca, cuando no desaparecidos y siempre haciendo cálculos interesados. Como dice el doctor y cirujano Pedro Cavadas, que ya en enero alertó sin éxito del impacto de la Covid-19, España necesita una auditoria realizada por técnicos independientes «sin ningún peaje político ni económico» para esclarecer la gestión de la pandemia realizada en España, porque es difícil entender que seamos el cuarto país con mayor tasa de fallecidos.

Es inaudito que la sociedad soporte como si nada esta falta de información veraz e, incluso, la mentira y manipulación. Todo pasa tan rápido que ya pocos se acuerdan, pero el Gobierno urdió un engaño para hacer creer a los ciudadanos de la existencia de un comité de expertos que tomaba decisiones en base a criterios técnicos. Nunca se formó y nunca existió. Esto, en cualquier país democrático, habría provocado dimisiones en cadena. Como dijo Rubalcaba, «los españoles se merecen un gobierno que no les mienta».

Pero la verdad cotiza a la baja y la mentira campa a sus anchas por el terreno político. Cada día asistimos, gracias a las hemerotecas y redes sociales, a ejemplos de la contradicción permanente de nuestros políticos. Y aún recuerdo cuando Pablo Iglesias justificaba los escraches a los cargos del Gobierno de Rajoy y llegaba a preguntarse sobre el acoso a las familias e hijos de los ministros del PP si «los hijos de los políticos valen más que los hijos de los trabajadores desahuciados». Ningún acoso está justificado, pero hay que reconocer la enorme paradoja de que el mayor defensor de los escraches se lamente de la forma que lo ha hecho cuando probó su propia medicina. En el caso de Iglesias, el refranero español se ajusta como anillo al dedo, porque quien siembra vientos cosecha tempestades. Lo peor es que esos vientos y esas tempestades han contagiado a un país polarizado, enfrentado y siempre crispado. Y es verdad que muchos medios de comunicación están contribuyendo de manera irresponsable a esta oleada de crispación, de confusión y de desinformación. Ya lo decía la Rosa María Calaf en una reciente entrevista en El País: «Me aterran los dictadores, pero también los votantes desinformados».

Es verdad que la gestión de la pandemia es extraordinariamente complicada, pero lo que hay que pedirle a todos los gobernantes es transparencia, sensatez y lealtad al bien general. La vuelta al colegio ha sido el último alarde de descoordinación institucional, de dejación de responsabilidades y de ineficacia. Porque lo peor es que no se ha hecho casi nada y se ha dejado casi todo a la improvisación. Basta leer los grupos de Whatsapp de los padres de alumnos para intuir que la vuelta al cole en España va a resultar un auténtico caos. Y por culpa de todos. Incluso da la sensación de que muchos están deseando de que sea, efectivamente, un desastre y así embestir contra quien haga falta.

Uno no puede más que lamentar el deterioro progresivo actual de una clase política y de una sociedad (hay que hacer autocrítica como colectivo) incapaz de aunar esfuerzos y buscar consensos para trabajar juntos en salir de esta dramática pandemia. Ni siquiera los miles de muertos por la Covid-19 hace recapacitar sobre el extraordinario daño que se está haciendo a un país cada vez más dividido y polarizado que hace añorar aquel espíritu de la Transición tan denostado por algunos y que unió a todo un país en circunstancias políticas mucho más complejas.

El resentimiento se ha instalado en la sociedad española, como un virus más dañino incluso que la propia Covid-19, porque provoca que las diferencias, por pequeñas que sean, parezcan insalvables porque se trasladan al terreno personal. No sólo se quiere ganar, no sólo se quiere tener razón, sino que se quiere aniquilar al oponente, se quiere humillar al que piensa diferente, al del otro bando.

Si algo hay que pedirle a los políticos y en algo debemos contribuir como sociedad es facilitar la convivencia y el consenso bajo las reglas del respeto a las leyes y a la dignidad. Ahora el presidente Pedro Sánchez apela a la unidad, rodeándose de los líderes del Ibex-35, y lo sensato y lo conveniente es respaldarlo en esa petición porque es lo mejor para el país. La duda es si esta vez será verdad o, como en otras muchas ocasiones, un simple ardid. Lo cierto es que ese escenario con sus ministros rodeados de los señores del Ibex-35 no era precisamente un alarde de confianza y complicidad con los verdaderos problemas de la gente. Serán cosas de los juegos de tronos de la política, en la que lo mismo se está en un círculo del 15-M que en un círculo del Ibex-35.

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