La gente tiene mala dentadura, por eso no sonríe». En esta frase se condensa el espíritu amargo que atraviesa los relatos que componen 'Kilómetro 101', del médico y escritor ruso Maxim Ósipov. Como muchas de las observaciones que se deslizan a lo largo de la ... narración, obedece a los hechos contrastados por el autor durante sus años de práctica como médico en Tarusa, una ciudad separada de Moscú por 101 kilómetros, distancia mínima de la ciudad a la que se condenaba en época soviética a vivir a los disidentes. Esa es la suerte que tocó a sus ancestros, y por eso Ósipov, tras investigar durante años en California y dirigir en Moscú una editorial de textos médicos, decidió establecerse en Tarusa para ejercer la profesión tratando a sus gentes.
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El retrato que su libro nos proporciona de la Rusia de Putin -los relatos abarcan desde principios de siglo hasta 2022- no puede ser más desolador. Un país con los servicios públicos en derribo -la ayuda médica en Rusia es accesible pero no efectiva, nos dice, los mayores de setenta se dan por desahuciados y un hombre de cincuenta y cinco admite que ya ha vivido bastante-, en el que imperan una corrupción y una ineficacia endémicas y donde los que mandan sólo se toman en serio a los criminales. El poder y el dinero, esas «dos formas de vacío», como se refiere a ellas Ósipov, representan todo el horizonte de valores, mientras se añora de una manera sonámbula la Unión Soviética -porque «entonces el mundo los respetaba»- y muchos de los hombres se entregan a un alcoholismo que literalmente los idiotiza.
No puede ser más inmisericorde el cuadro que pintan estas páginas, traspasadas sin embargo por una mezcla de amor y de admiración por el estoicismo de sus compatriotas, en quienes advierte Ósipov una intransigencia, nacida de la fe en la palabra y la disposición a sacrificarse, que se pregunta si no es el secreto de la fuerza que derrotó a polacos, franceses y alemanes. En el presente, sospecha el autor, es la inercia lo único que evita la descomposición de todas las Rusias, a merced de los manejos de mala gente que con su maldad acredita sus pocas luces.
En marzo de 2022, Ósipov abandonó Rusia, en un vuelo a Ereván, capital de Armenia, en el que no viajaba ni un armenio. Sólo rusos como él. «Frío, vergüenza y liberación». Con esa cita de Sebastian Haffner, que huyó de la Alemania nazi, resume su propia sensación de exiliado. «¿No encierra ya un error moral la palabra ellos?», se pregunta. Y sus palabras resuenan como un aviso, para las sociedades que aún no se han roto del todo.
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