Oposición en tiempos de coronavirus
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Todo lo que estamos viviendo con el coronavirus es nuevo, y los precedentes parecidos, así como el conocimiento acumulado por la humanidad a lo largo de los siglos, pueden orientar para que las medidas a adoptar sean las menos malas posibles, pero nadie puede exigir soluciones infalibles porque no existen. Ante este enemigo invisible, desconocido y mortífero el mundo está como el boxeador apabullado a golpes y que medio ciego va pegando puñetazos a todo lo que se menea, a riesgo de espantar moscas o de arrear al árbitro y empeorar la cosa. Esta situación cambiará acumulando experiencia y mejorando los conocimientos en todos los ámbitos (medicina, logística, economía, gestión pública, derecho), pero al galope y con el riesgo de fallos garrafales o decisiones manifiestamente mejorables. Los interrogantes se multiplican desbocados y las respuestas certeras se convierten en un bien escaso, ya que siempre vuela sobre la cabeza de los gestores de la cosa pública el equilibrio de evitar los daños de la omisión o los que pueda provocar la acción poco meditada (cuando hay poco tiempo para pensar).
No hay soluciones sin efectos colaterales. Si se limitan actividades y la circulación de los ciudadanos (de incuestionable necesidad), se afecta irremediablemente a la economía y a las libertades; si se aprueban medidas económicas y sociales para amortiguar el hachazo del parón económico, hace falta mantener la viabilidad de la hacienda pública que debe responder frente al incremento del gasto. Si no tienes suficientes equipamientos de protección porque el mercado está dislocado, hay que buscar respuestas equilibradas entre la salud pública y la de nuestros héroes con bata blanca o uniforme de servidor público o privado en servicios esenciales. ¿Todas las decisiones tomadas por el Gobierno de España han sido las mejores? En algunos supuestos las evidencias muestran que no y en otros casos habrá que esperar para saberlo. Mi respuesta es exactamente la misma si el PP estuviera en la Moncloa. Pero tengo muy claro (frente a tantas barbaridades que se dicen y escuchan con mala leche acumulada) que la serenidad es el mejor ambiente para gestionar los meses duros que nos esperan, siendo necesario alejar de nosotros dos tentaciones: la pretensión de gobernar descalificando cualquier crítica y la irresponsabilidad de quien confunde la legítima oposición con el tiro al plato, por encima de todos y de todo.
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