Los gobiernos, los expertos, los cronistas y algunos intrusos voluntarios que no paran, llevan la manija oficial de lo que hay en torno a este virus protagonista y omnipresente. En el relato inmediato -las cosas del directo- de contagios, hospitalizados, fallecidos y las proyecciones, ya ... se nos cuenta que estamos en la cuarta ola, en tanto un portavoz de Pfizer 'amablemente' ha deslizado la conveniencia de que el año que viene el pueblo debe ponerse una tercera dosis, lo que nos faltaba. Preguntados algunos que otros epidemiólogos -hay más que patatas- una buena parte ha contestado afirmativamente, incluso algunos se han referido al ejemplo de la gripe para sugerir que será «académico» que nos vacunemos ya todos los años, in sécula seculorum.
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Está claro que el mundo se ha enfrentado a una enfermedad contagiosa que trae desolación y muerte, aún hoy los interrogantes sobre contagios, medicamentos, colapsos hospitalarios y vacunas, no cesan. La ausencia de un conocimiento profundo y completo del origen del virus, el alcance de sus características y la propia enfermedad, nos ha puesto a todos en una situación de alarma y medidas de inmensas consecuencias. Desde aquello de salud o economía hasta el dictado de restricciones de todo tipo o el toque de queda, toda nuestra vida cotidiana se encuentra sujeta a unas limitaciones y condicionamientos tales que ni por un momento es posible abstraerse de ello. En medio de todo, con una campaña de vacunación llena de incidencias, parones, dudas e incompetencia, esto se alarga sin remedio y no vemos el final. Los cierres perimetrales, los cerrojazos hosteleros, fumar o no en las terrazas, mascarillas obligatorias en la playa o en el baño y hasta en coche, reuniones limitadas a 6 personas o a veces a 4 hasta en los domicilios, enmascarados en campo o la montaña, algunas limitaciones entendibles salpicadas de ocurrencias en tromba han convertido la vida cotidiana en una extraña experiencia a la que no cabe acostumbrarse.
Frente a la buena fe de la inmensa mayoría no cesa la negación expresa y detallada de los que no creen la versión oficial en todo o en parte. El negacionismo va desde los que rechazan la existencia del propio virus y adjudican las medidas al control de la humanidad por parte de unos pocos a la acusación de exterminio de la población mundial. Sus titulares son tan tremendos que a veces taponan toda crítica posible a las decisiones que los gobiernos toman restando cualquier credibilidad a quien disiente de esto o aquello.
Si la postura mayoritaria es pacífica, ello no obsta para poner de manifiesto que los cerrojazos son nefastos por su negativa incidencia psicológica, económica y social. Que la logística de las vacunas es desesperante y muy mejorable y es tiempo de omitir sugerencias no testadas, que los portavoces de laboratorios están para comunicar el cumplimiento de sus compromisos sin trampas y dejando de lanzar sospechosas conveniencias comerciales de más dosis sin ser competentes para ello. Que la controvertida certeza científica sea, en todo caso, la única pauta de futuro, que ya está bien.
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