Sr. García .
Carta del director

La ola del turismo

Las administraciones públicas están obligadas a anticiparse al tsunami que se avecina por la masificación de los destinos, situación que tensiona las relaciones de las ciudades y sus vecinos con la industria turística

Manolo Castillo

Málaga

Domingo, 2 de junio 2024, 00:02

Uno de los grandes retos que tiene cualquier gestor es anticiparse a los tiempos y prever los riesgos que se ciernen sobre su sector para poder tomar medidas antes de que sea demasiado tarde. Y no hay que ser un lince para darse cuenta de ... la que industria turística tiene ante sí un problema que más pronto que tarde le estallará en las manos. Cada vez con más asiduidad podemos escuchar o leer alusiones a la turistificación, un término que alude al impacto que tiene la masificación en el tejido comercial y social de determinados barrios o ciudades. Y la razón es que en todos los destinos del mundo la llegada de visitantes está generando tensiones en las relaciones de las ciudades y sus vecinos con la industria. Ninguna ciudad del mundo se escapa a esta amenaza provocada por la universalización del turismo, que ha dejado de ser un lujo para, como dice Javier Recio, convertirse en un bien de primera necesidad.

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Los pueblos y ciudades empiezan a resentirse sin que nadie tenga muy claro las medidas que se pueden tomar para solucionar un problema que, por mucho que algunos se resistan a asumirlo, va a obligar a tomar decisiones. Hay lugares donde ya no cabe más gente. Y eso es una realidad. No hace mucho estuve en una pequeña ciudad francesa llamada Sarlat y aquello parecía el encierro del Cautivo. Imposible caminar y más aún pasear. Como sardinas en lata. Y eso ocurre en Madrid, Londres, Venecia y decenas o cientos de capitales.

El turismo, como cualquier industria, pasa en estos tiempos por la sostenibilidad y ello se traduce en flujos razonables de personas para que no colapsen los servicios ni los espacios urbanos. No es más que preservar la convivencia con sentido común. El mayor lujo en estos tiempos cuando se viaja es no soportar colas ni aglomeraciones.

En Málaga aún estamos a tiempo para evitar este bloqueo, pero urge ponerse en acción y cuanto antes mejor. Pero hay que ser conscientes de que para solucionar un problema tan complejo no se pueden tomar decisiones simples o precipitadas. Diría que el primer paso debería ser una estrategia de información y divulgación para que la población conozca realmente la importancia que esta industria tiene para Málaga y su tejido productivo. Y ello para evitar que se demonice el turismo y se convierta en el objetivo de las iras de aquellos que se sienten perjudicados. Asistimos a una peligrosa simplificación de los discursos que facilita la construcción de un relato perverso que considera el turismo como un problema y no como una extraordinaria oportunidad.

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Al igual que muchas industrias se han reconvertido para ser menos contaminantes y más sostenibles, el turismo puede hacer lo mismo sin que ello signifique su destrucción. Porque no hay olvidar que este sector es el mayor patrimonio socioeconómico de Málaga y la Costa del Sol y sería una locura maltratarlo o destruirlo.

Los siguientes pasos tendrían que focalizarse, especialmente, en evitar la masificación, los monocultivos y la concentración excesiva de servicios. Hay que asumir y reconocer que en Málaga ya hay calles saturadas de visitantes y de establecimientos y en vez de negarlo sería más inteligente asumirlo. La hostelería, con sus restaurantes, bares y terrazas, es una de las actividades más pujantes en Málaga y quizá uno de los mayores alicientes para los ciudadanos, pero por el bien del propio sector debe racionalizar sus dimensiones en determinadas zonas. El espacio es finito y es una inconsciencia pensar que aquí cabe todo el mundo.

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Algo parecido ocurre con las viviendas turísticas, convertidas en la diana fácil de todas las críticas. No es la primera vez que aquí, en este espacio, se defiende este modelo de hospedaje, pero basta un poco de sentido común para pensar que debe haber unos límites sin que ello signifique intervenir el sector o aniquilarlo. Nueva York lo hizo a través de prohibiciones y lo único que ha pasado es que se ha trasladado el problema a las ciudades del entorno.

Puede parecer que este artículo trata de ideas muy generales sin entrar en materia, pero la realidad es que es un asunto de una extrema complejidad que no se puede afrontar con ideas maximalistas. Ni se puede prohibir ni puede haber manga ancha. Debe imperar el equilibrio. Al igual que hay un límite de licencia de bares con música en directo, por ejemplo, se podrían aplicar baremos al resto de servicios.

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Lo único claro en todo esto es que se aproxima una ola de descontento y que hay que anticiparse para que no arrase con todo cuanto encuentre a su paso. No vaya a ser que nos ocurra lo que sucede en la playa de San Andrés cuando la ola del Melillero, que pasa todo los días, siempre pilla a algún desprevenido.

Al turismo, una sonrisa. Y a los vecinos, también.

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