Marzo es una mentira con descendencia. Primavera blanca de hospital. El dolor que tose. El sol frío de los muertos. España encerrada entre cuatro paredes. ... La política como pandemia.
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Cinco años nos separan de los días de plomo y mascarilla que impuso el virus chino Covid-19. Nos desnudó como sociedad prepotente y autosuficiente. Fernando Simón nos tranquilizó en enero de 2020 afirmando: «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado», cuando se habían diagnosticado ya cinco casos en la Gomera y el tsunami se atisbaba. Maldita la hora. Lorenzo Milá en febrero pontificaba desde Roma que nada nos debía perturbar. Una gripe más, un invierno más. Xabi Fortes en marzo en su pregón de la Fiesta del Lacón con Grelos de Cuntis, nos invitó a tener «sentidiño contra o medo e a histeria» en los tiempos del coronavirus. Esa semana habían muerto tres mujeres por el virus del machismo, recordó a todos. Después llegó el 8M con miles de mujeres en las calles alentadas por todo un Gobierno, porque «nos va la vida en ello». El periodista «fake» Miguel Lacambra publicaba en 'La Marea' una mentira en forma de artículo. El PSOE lo hizo suyo y en su cuenta de Twitter compartió: «¿Es posible que la situación cambiase por completo del sábado al domingo y del domingo al lunes en sólo unas horas? Sí. Así ocurrió. Este artículo te lo cuenta muy clarito. Léelo y podrás comprobarlo». En sólo dos días se preparó un relato para que los españoles pudiéramos encajar la necesidad de la declaración por parte de Pedro Sánchez del estado de alarma para enfrentarse a la crisis sanitaria ocasionada por el Covid-19. Desde ese momento, el Gobierno central asumía la responsabilidad de la gestión en esta pandemia, con el presidente al frente, junto al ministro de Sanidad, Salvador Illa y el vicepresidente Pablo Iglesias, ocupándose éste directamente de las residencias de mayores. Hemos conocido con el tiempo que muchas de las decisiones que tomaron los responsables, eran de dudosa rigurosidad científica y ética. Muchos informes independientes nos señalan como uno de los peores países a la hora de la gestión de la pandemia. Hubo alternativas que se ignoraron, prácticas corruptas y caos organizativo, pero preferimos como país seguir despreciando el análisis de la realidad de lo que ocurrió. No nos atrevemos a exigir responsabilidades a aquellos que las ejercieron negligentemente en todos los ámbitos sociales.
Desde el socio-sanitario tampoco se ha hecho una autocrítica civilizada. La atención a las personas mayores tanto en las residencias como en los centros sanitarios fue uno de los episodios más tristes y crueles de nuestra reciente historia. España sigue prefiriendo el relato de la mentira con los ojos vendados.
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