NIELSON SÁNCHEZ-STEWART. ABOGADO
Jueves, 23 de enero 2025, 01:00
Da la impresión que nuestros políticos apenas conciben una idea la lanzan inmediatamente al mundo quizá para justificar los sueldos que perciben y para que ... se vea que trabajan. Hay algunas que parecen ser el fruto de una súbita inspiración que brota de sus privilegiadas mentes y que sirven para que nos asombremos por la capacidad intelectual de la que hacen gala. No se ha reflexionado, no se ha consultado con quienes saben del asunto, no se han medido las consecuencias inevitables del exabrupto. Confían en que como las noticias se suceden con tal vertiginosidad, al cabo de unos días, a veces de unas cuantas horas, todo se habrá olvidado. Las ideas naufragan en un mar de insensateces en el que todos nos bañamos.
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Hay consenso, cosa extraña, entre los que gobiernan y los que se oponen en que estamos sufriendo algunos problemas. No sólo sufrirlos a ellos sino también a algunas calamidades que nos asolan. La violencia, especialmente la doméstica, intrafamiliar o como queramos llamarla, la salud con las largas esperas y la explotación de los facultativos, la educación o su déficit, la justicia -no solo de la que aparece en los periódicos sino la del día a día-, el transporte ferroviario que hasta que asumió algún ministro era ejemplar, puntual, cómodo, limpio y hasta elegante y ahora se ha regresado a aquellas épocas en que ni se sabía cuándo era la partida y mucho menos cuándo, la llegada, las horas de trabajo que parecen ser muchas y que deben ser objeto de un recorte para que se viva mejor, aunque los trabajos se retrasen, total dicen que el que deprisa vive, deprisa muere. No es que pretenda volver al pasado cuando en la Europa de finales del siglo XIX se trabajaban entre 60 y 70 horas a la semana con un día de descanso. Las míticas 48 se consiguieron entrados los años veinte del siglo pasado y las 40 sólo se impusieron durante la dictadura, dicho sea de paso, y no se recogieron sino hasta el Estatuto de los Trabajadores, 1983. Todavía hay países donde se trabaja más horas: en Israel, por ejemplo, a pesar del Sabat donde los religiosos no pueden coger ni un ascensor. Y, claro, el problema de moda: la vivienda en manos de horrendos propietarios que quieren lucrarse con los pobres que necesitan un techo sobre sus cabezas.
De eso era de lo que quería hablar. Todos aprecian las dificultades, pero no coinciden en las soluciones. Unos se adelantaron y en un fin de semana pergeñaron unas medidas que estaban seguros no se aplicarían porque no están en el gobierno, aunque varias sí pueden ir adelante porque su implementación es competencia de las comunidades donde sí están. Los otros, a lo mejor cogidos de sorpresa han replicado con otra serie que tampoco podrán llevar a la práctica en su totalidad porque no dependen del Estado sino de las autonomías. Total, hablar por hablar y conmover a los que de verdad sufren el problema que quedarán convencidos de que unos u otros se lo resolverán.
Entre la pléyade de soluciones hay una que te deja estupefacto. No sólo por la medida en sí sino también por su justificación. Y no hay aquí ninguna duda porque el presunto autor la explicó en vivo y en directo. La propuesta, original ella, consiste en limitar la compra de vivienda por parte de ciudadanos extracomunitarios no residentes incrementando hasta el 100 % el gravamen fiscal que deben pagar cuando compran una casa en España. La razón de tan original idea es que tales sospechosos individuos adquieren inmuebles en nuestro país para especular obteniendo ilegítimos y cuantiosos beneficios de tan abyecta operación. Ignoro, pero me esfuerzo en entender qué tiene que ver ese castigo con el problema de la vivienda. Evidentemente se descorazonará a más de uno que invierta en España si tiene que empezar pagando hasta un 20% de Impuesto de Trasmisiones Patrimoniales una cantidad que no existe, según he podido investigar ni en el Tíbet y, desde luego, en ningún país del mundo. ¿Alguien piensa que un inglés, por ejemplo, preferirá venir aquí a invertir en lugar de Portugal, sin ir más lejos, donde el impuesto es del 6,5 %? Pero no sólo los ingleses, que son los que hasta ahora más invierten en vivienda, no para especular como cree el jefe, sino para escapar del frío que, por cierto, es cada vez menos frío, sino también viven unos siete mil trescientos millones de terrícolas que no son comunitarios, algunos porque no quieren y otros, porque no pueden. En nuestra tierra hemos vivido, nada mal creo, de estos futuros castigados: árabes, kuwaitíes, rusos, noruegos, suizos, norteamericanos, sudamericanos, chinos... Esta gente ha invertido, pagado impuestos, ofrecido trabajo, gastado en muebles, avituallamiento y todo por el gusto de pasar unas temporadas entre nosotros.
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Me pregunto qué beneficio se obtendrá espantando a los inversores. Es imaginable que el que construye o tiene ya una vivienda, deseoso de venderla la pondrá en alquiler por un monto razonable porque le disminuye la demanda. Es arriesgado pensar que esto sucederá.
No estaría mal, no haría daño, que antes de lanzar soflamas (tercera acepción) se estudiase, se meditase y se callase.
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