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A riesgo de sonar a abuelo cebolleta, que todavía no lo soy, les voy a contar algo de historia. Cuando era adolescente, el plan los ... fines de semana, todos no porque no tenía un duro, dicho literalmente porque entonces se pagaba en pesetas, era ir al cine. Al Astoria, al Victoria, al Andalucía o al América, aunque este estaba más retirado y había que andar más. Si había suerte, te podías comer un campero. Con 500 pesetas, que son tres euros de ahora, eras el rey del mambo. Formaba parte de aquellas salidas inocentes pagar el impuesto revolucionario: uno, dos y a veces más enganchados te robaban los 20 duros que podías llevar en el bolsillo. Málaga era entonces una decrépita escala que todos los turistas esquivaban, salvo algún despistado (quien también era convenientemente atracado por el yonki de turno), y desde el Aeropuerto salían escopetados hacia la Costa, mucho más divertida y civilizada.
Todo esto empezó a cambiar a finales del siglo pasado, con una mezcla de iniciativas municipales, estatales y autonómicas, con hitos como la rehabilitación y reconstrucción del Centro, su peatonalización, la llegada del AVE, la mejora de las carreteras y la integración de los muelles antiguos del Puerto, entre otras muchas obras que sería largo de desglosar ahora. Al mismo tiempo que los de fuera descubrían el diamante en bruto que empezaba a brillar, también los malagueños nos sentíamos cada vez más orgullosos de serlo; empezamos a quitarnos prejuicios y agravios e invertimos, cada uno en su medida, para tener un lugar en la nueva Málaga que florecía.
Y así hemos llegado al año 22, el primero libre del yugo de la pandemia, y la ciudad se ha convertido en uno de esos lugares del mundo donde pasan las cosas. Parece increíble, viniendo de tan abajo, que Málaga esté sonando estos días por ser sede de una conferencia del expresidente de Estados Unidos, Barack Obama... No por la charla en sí, que dijo cuatro chorradas; sino por el calibre del personaje. También pita por aspirar a acoger una expo internacional; por ser una referencia en ciberseguridad y por tener uno de los polos de innovación tecnológica más pujantes de Europa.
El problema, bendito problema aunque realmente lo es, consiste en ordenar de algún modo a las miles de personas que ahora sí quieren venir a Málaga. Unas veces sólo para un fin de semana de juerga, pero otras muchas, para vivir y a invertir aquí. Lo cual nos lleva a la necesidad de construir más viviendas y oficinas, y a reservar una parte para no dejar fuera de juego a los malagueños. Estar tan de moda trae consigo algunas consecuencias indeseadas, es cierto, pero nunca debemos perder de vista lo que fuimos, y lo que somos...
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