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Conocí a Bernardo Quintero el día que se anunció la venta de VirusTotal a Google. Estábamos en el periódico que no nos lo creíamos y ... mi jefe me dijo: «¡Vete corriendo al PTA!». No le conocía de nada, repito, pero algo me decía que plantarme en la puerta de su oficina con un fotógrafo no era la mejor forma de conseguir acceso a aquella misteriosa empresa ¡de seis personas! que había seducido a la multinacional. Conseguí su correo electrónico, le escribí sin ninguna fe... Y me respondió. Una vez roto el hielo, pude ir a entrevistar al 'equipo A' al completo e hicimos una foto que salió en la portada de SUR y creo que siguen teniendo colgada en alguna parte de su oficina.
Quiero decir con esto que yo he conocido al Quintero triunfador: sus últimos 12 años son la parte brillante -no digo fácil- de su trayectoria. Hasta casi los 40 años era un empresario de cierto éxito y una autoridad en su campo, sí, pero no tenía el aura de genio emprendedor que tiene desde entonces. Cuando el pasado jueves le investían honoris causa de la UMA yo pensaba en la parte difícil: en todas las decisiones duras e incomprendidas, en todas las horas robadas al sueño y a la familia, en el camino solitario y pedregoso que nadie o casi nadie veía aparte de él; ése que finalmente le ha llevado a la cima (pero podría no haberlo hecho, y sospecho que él estaría igual de tranquilo). Y pensaba también en lo importante que han sido en su excepcional historia unas cualidades que no están entre las que se suelen destacar de él o de cualquier emprendedor de éxito. Siempre se ensalza la innovación, el riesgo, el liderazgo, la capacidad de hacer equipo. Pero yo creo que hay dos que son cruciales: la asertividad y la autoestima bien entendida. No me refiero a esa autoestima que nos venden los libros de autoayuda, en la que tienes que ser tu «mejor versión» para gustarte a ti mismo. No: hablo de autoconocimiento, de saber quién eres y qué quieres hacer en la vida y de tenerte el respeto suficiente para seguir tu propio camino, sin importarte la opinión de los demás.
Cada vez soy más consciente de lo importante en la vida que es saber decir que no, quizá porque es algo en lo que yo flaqueo, como buena agradadora (este concepto me lo reveló Arun Mansukhani en una entrevista al hablar de los distintos tipos de personalidad, y me encantó: sentí que me estaba describiendo). Estamos obsesionados con que los niños aprendan idiomas, programación, robótica, pensamiento crítico, a hablar en público, que practiquen deporte, que jueguen al ajedrez... Pero qué poco les educamos en la asertividad, con lo necesaria que es. Los padres de Bernardo eran muy humildes y seguro que no seguían la metodología Montessori, pero supieron cultivar esa cualidad en él o, al menos, no boicotearla. Porque estoy convencida de que somos los padres los que transmitimos nuestra escasa asertividad a nuestros hijos. Sin darnos cuenta les empujamos a seguir el camino fácil, a evitar los conflictos, a quedar bien, a no ser «los raros», a buscar la aprobación de los demás. Todo porque queremos que encajen y sean felices, cuando precisamente buscar la aprobación de los demás para ser felices es un camino directo hacia la insatisfacción.
Ojo, cuando hablo de asertividad no hablo de hacer siempre lo que te dé la gana sin importarte las consecuencias, de ser desagradable ni de carecer de empatía. Hablo de conocerte y valorarte lo suficiente como para seguir tu camino aunque sea impopular, aunque no sea lo que hacen los demás, aunque sea difícil y no reporte satisfacción inmediata. ¿Cuántas reuniones tensas, cuántas respuestas airadas, cuánta incomprensión se habrá echado a la espalda Bernardo Quintero en el colegio, en la Universidad, en su propia empresa y en Google, con tal de seguir su propio camino? ¿Cuántas veces habrá tenido que decir «no» o «así, no»? ¿Cuántas veces habrá renunciado al camino fácil; a agradar al jefe, al socio o al cliente? Algunas de sus noes son conocidos, como cuando rechazó formar parte del Club Málaga Valley. Pero muchos otros han pasado bajo el radar. Por ejemplo, seguro que no fue fácil mantener dentro de Google su oposición numantina a moverse a Silicon Valley. En la presentación de su libro, 'Infectado', nos contó que cuando VirusTotal entró a formar parte de X (la incubadora interna de Google para proyectos experimentales), todo el equipo fue de visita a Mountain View y se encontraron con que les habían montado una oficina: con sus ordenadores, carteles con sus nombres una bandera de España... Aun así, dijeron «No, gracias» y se volvieron para Málaga.
Esta capacidad, ese resorte interno para detectar y rechazar en el momento las tentaciones o las presiones que te apartan de tu propósito (vital, laboral, empresarial o el que sea), me parece casi un superpoder. Y sin embargo, según los psicólogos es algo que se puede entrenar; simplemente es cuestión de empezar. De empezar a decir no. A ese plan que no te apetece, a ese compañero que siempre se aprovecha de ti, a ese cliente que te pide algo que no cuadra con lo que quieres que sea tu empresa. Es obvio que esto a la mayoría de nosotros no nos llevará a ser genios emprendedores, pero sí probablemente a tener un sentido de propósito en la vida.
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