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Mucho se ha comentado ya sobre la serie del momento, 'Adolescencia' (¿o ya hay otra que la ha destronado?). Me impactó, como a casi todos ... los que la han visto, pero no pensaba escribir sobre ella porque no consideraba que tuviera nada especialmente valioso que añadir al debate que ha generado. Pero esta semana he estado en el Congreso de Ciberseguridad de Andalucía y uno de los paneles –'Ciberseguridad y Sociedad' se titulaba– acabó adentrándose en algunos de los temas que trata la serie: la sobreexposición de los menores a las pantallas, las consecuencias para su salud mental y su desarrollo cognitivo, la dejación de responsabilidad de muchos padres respecto a lo que ven y hacen sus hijos en Internet, el papel de los colegios... Llevo dándole vueltas desde entonces a las ideas que allí se compartieron. Participaron en el debate un policía de la sección de Ciberdelincuencia, un comandante de la Guardia Civil, una criminóloga, una experta en violencia digital contra las mujeres y Ana Borredá, que es presidenta de un grupo de empresas relacionado con la seguridad y –aquí está la clave– madre de cuatro adolescentes. Ella es la que lanzó una reflexión que se me quedó grabada: «A mi generación no supieron protegerla de la droga y las consecuencias fueron terribles. Ahora tenemos una generación a la que no hemos sabido acompañar y proteger en una infancia conectada. Y vemos cómo la tasa de suicidio en adolescentes se ha triplicado, cómo aumenta la incidencia de problemas de salud mental o cómo se disparan los casos de violencia sexual entre menores».
La ponente reconocía que todavía es pronto para que haya evidencia científica de que una cosa –esa sobreexposición a Internet, pantallas, móviles y redes sociales– esté provocando la otra –los problemas de salud mental, extremismo ideológico y en edades tempranas–, pero vaticinó que sólo es cuestión de tiempo. Y entonces será tarde para muchos.
Los representantes de la Policía y de la Guardia Civil compartieron casos escalofriantes de ciberacoso, estafas, 'grooming'.... Pero más allá de estos casos extremos, incidieron en un denominador común que se encuentran cuando abordan estas situaciones: familias que no tenían ni la más remota idea de lo que ocurría en la vida digital de sus hijos. La madre de 'Adolescencia' dice en un momento de la serie: «Yo veía a mi hijo metido en su cuarto y creía que estaba a salvo». Es urgente tomar conciencia: dejarles la 'tablet', el móvil o el ordenador a los 10, 12 ó 16 años sin supervisión ni restricción de tiempo y de acceso a contenidos adultos es una negligencia igual de grave que dejarles cruzar la calle solos cuando tienen 5. Y no hace falta que acaben siendo víctimas de un delito para que el daño esté hecho. Ver porno a los 9 años o verse sometido a los 13 al bombardeo de cuerpos y vidas irreales de Instagram son agresiones para sus cerebros en construcción.
Sin embargo, o creo que la solución sea una infancia y unos colegios sin pantallas, como preconizan cada vez más grupos de padres y profesores. Sí soy partidaria de demorar y limitar lo más posible el acceso a pantallas en la primera infancia, así como de retrasar el momento de darles un 'smartphone' a los adolescentes. Pero no seamos brutos: el problema no es la tecnología, es el uso que se hace de ella. Un buen uso de dispositivos digitales en la educación aporta beneficios a los que es absurdo renunciar, sobre todo cuando nuestros hijos van a vivir en un mundo dominado por la tecnología. ¿O vamos a cancelar también ahora los talleres de robótica y de programación?
Lo fácil, claro, es elegir entre blanco y negro; entre sí y no. Lo difícil, como siempre en la vida, es pararse a pensar: encontrar nuestro punto medio; leer e investigar sobre cómo facilitarles un acceso seguro a la tecnología; averiguar cuáles son las herramientas que les pueden beneficiar y contra qué contenidos deben estar prevenidos. Y hablar, claro. A veces eso es lo más difícil. Pero a la larga es lo único que funciona.
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