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Esquivar la discapacidad es puro azar. Una infección inesperada, problemas en el parto, un maldito accidente o una jugarreta de la genética. Puede que se arrastre desde el nacimiento o que la desgracia estaba emboscada para jugarles una mala pasada. Cada persona con discapacidad tiene ... su historia, contada casi siempre con lágrimas de dolor acumuladas, de desánimo. Una familia y unos amigos (los que tiene la suerte de tenerlos) que se desviven para que cada día las barreras no sean tan duras de pelar. Días buenos y otros malos, pero siempre atornillados a esa deficiencia física, mental, intelectual o sensorial. La sensibilidad respecto a la personas con discapacidad es intensa pero casi siempre de regate corto, ya que se concentra en momentos concretos y respecto al entorno cercano. Pero el año tiene 365 días y estos tienen 24 horas, que se deben hacer muy largos cuando lo más elemental es un reto, cuando sienten que puede que esa mano amiga padezca la fatiga de la monotonía, cuando se ven como un lastre aunque sean lo que más quieren los suyos. Los años son eternos si en el panorama de sus vidas es frecuente que no aparezca un trabajo, formar una familia, viajar como los demás o el futuro sea corto según las estadísticas.

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diariosur Nunca como incapaces