N.O.M.

El mundo ha cambiado en unas semanas. Trump ha sacado el revólver y lo ha dejado sobre la mesa del Despacho Oval. «Así empieza todas sus negociaciones», me dicen. Frunce el ceño, ruge, amenaza, después se levanta y baila. «Quiero Groenlandia, quiero el Canal de Panamá, quiero más aranceles...», canturrea mientras come alitas del KFC. Es el neo-imperialismo de fast food. La nieve ardiendo.

Se oye el crujío. Las alianzas geoestratégicas, los grandes acuerdos, los organismos, las claves desde la II Guerra Mundial hasta hoy, todo parece saltar por los aires como confeti. Pensamos en 1938 y en Checoslovaquia y todo se parece demasiado. La historia que rima. Alguien susurra: «Si Ucrania no está a la mesa es que es parte del menú». Tras Munich, París y Riad, solo nos queda el G-3.

La cosa es seria. Cuando digo el G-3 me refiero a EE.UU., China y Rusia. Europa -y España, obvio- necesita un plan. Falta unidad, liderazgo, confianza, valentía y un buen puñetazo sobre la mesa. Está en juego nuestra democracia, nuestro modelo social, nuestra educación plural y diversa, nuestra diversidad cultural, el respeto a una memoria de paz establecida durante décadas... El Estado de Libertad.

Dice J.D. Vance que el problema de Europa es Europa y aunque nos asustemos solo es la punta del iceberg. El mundo cambia en horas. Las costuras se tensan. Hay una calima extraña y densa. La IA, las redes, la polarización no juegan a favor. El neo-imperialismo, impulsado por las grandes potencias, marcará las próximas décadas y se está decidiendo estos días. Europa necesita estar a la altura de su legado, un plan.