Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad... Así reza el villancico y así lo queremos vivir y celebrar. Cada uno de los que se une a la festividad del Nacimiento del Niño tiene sus buenas razones, que van desde la fe y el compromiso religioso ... hasta la tradición y el respeto, llena en mayor o menor medida de su carga peculiar de contenido. Siempre hemos felicitado la Navidad a todos, fueran quienes fueran o lo que fueran. Y todos -o casi- reciben con respeto y afecto la expresión de deseo de felicidad, pues hasta el más descreído o ajeno participa y percibe su magia, siempre hay algo de magia en el amor que prende, se recibe y se da, quizá porque no se puede medir ni tampoco evitar. A lo largo de la historia, los 24 y 25 de diciembre han sido protagonistas de mágicas acciones hasta en los mismísimos campos de batalla. Por eso, no hay fronteras, «paz a los hombres de buena voluntad».
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Que sí, que es también una festividad convencional, comercial y con tantas luces como guirnaldas, cuyo significado oscila desde la nada al todo. Pero, créanme, cuando te sorprendes a ti mismo deseando el bien ajeno, aunque pueda parecer sólo una fórmula gestual, acabas reparando en lo que dices de tal manera que te ves arrastrado a querer y ser querido, nada es mejor. Después de todo, en la vida no hay más. Hoy, esta noche, también mañana, estarán presentes tus padres, si están o donde quiera que estén, hermanos y familia, los muy amigos y hasta algún insospechado que también, de alguna manera, habrás convidado a tu vida con turrón o con besos. Hoy -si así lo deseas y aunque sientas dolor- recuerdas a aquellos que tanto quisiste.
Hoy es también el día, los días, para poder enviar energías positivas para acabar con los desprecios y la violencia, a favor de los que pasan frío, hambre o son perseguidos, en este mundo tan difícil de entender, para lo bueno y para lo malo. En el fondo, no hay mayor egoísmo que el de las buenas acciones destinadas para dar un poco de felicidad a los que nos rodean, cerca o lejos, los conozcamos o no, pues su sonrisa será para nosotros. A pesar de todo, seguiremos siendo los mismos, pero dejarse llevar por este ruido creado para agradarnos y ser objeto deferente deja huellas que el tiempo reconocerá.
Queridos creyentes y descreídos, propios y ajenos, naturales, extranjeros, provisionales y definitivos, estables o itinerantes, sanos y enfermos, sencillos y altivos, importantes e insignificantes -nadie es insignificante-, doctos e ignorantes, trabajadores manuales o científicos, médicos y practicantes, sesudos o superficiales, alegres o circunspectos, Julio, Bisbal o Beyoncé, siberianos u orientales, desde Irkust a Rivadavia, desde la Patagonia a la Cerdeña, pasando por Montreal o Boston, de Tokio a Shanghài, de Manizales a Damasco, Sidney o Victoria, Johanesburgo y Nuuk, Chihuahua o Haifa, Bisket y Nairobi, Juneau y Viña del Mar... Así hasta Belén. Quizá podamos entendernos, pues la sonrisa es universal y no necesita intérpretes. ¡Feliz Nochebuena y feliz Navidad!
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Cuando este domingo ustedes me hagan el honor de leer esta columna, será la víspera de Navidad y celebraremos la nochebuena. A la mañana siguiente, 25 de diciembre, el día será bueno, malo o regular, como cualquier otro día. Las catástrofes naturales y las guerras y otras maldades de origen humano no miran el calendario para dar tregua a la humanidad. Tampoco toman vacaciones por Navidad las enfermedades y el duelo. Mi hermano Manolo se nos fue un 25 de diciembre. Tengo, por tanto, razones poderosas para permanecer indiferente o incluso hostil frente a esta fecha. Pero no pasa eso, al contrario, cada vez me gusta más la Navidad.
Tienen toda la razón los que dicen que en torno a estas celebraciones se genera un artificial ambiente para mayor gloria y beneficio del consumismo desbocado, con alegría y bondad por doquier y a golpe de decreto, pero eso sí, con corto recorrido. Sin embargo, todo este periodo de fiesta, adornado a veces de muestras de riqueza, tiene un origen muy humilde. Es el punto inicial de un predicador de Galilea, Yeshua ben Yosef, conocido por todos por Jesús de Nazaret, que vivió en tiempo de los emperadores Augusto y Tiberio, y que fue crucificado en Jerusalén por orden de las autoridades romanas en torno al año 30 de nuestra era. Sobre todo lo anterior, parecer haber consenso en la historiografía. A partir de ahí, y atendiendo a los evangelios, sabemos que este hombre predicó desde un firme compromiso con los pobres: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido, para que dé la Buena Noticia a los pobres, Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19). Y también la historia nos enseña que este humilde judío se convirtió en objeto de culto para los integrantes de la secta de los nazarenos (Hechos de los Apóstoles 24, 5), origen de la religión cristiana, pasando de lo que el historiador judío Flavio Josefo llamaba la tribu de los cristianos, formada con «esclavos y desarrapados del mundo mediterráneo», a la confesión religiosa que muchos procesamos en la actualidad. Si además de todo lo anterior, se conmemora el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, eso amigos míos, es cuestión de fe.
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Pero no es cuestión de fe que a lo largo de la historia, muchos hombres y mujeres han sufrido igual destino por defender un mundo mejor para todos. Podemos celebrar que los evangelios mencionan una estrella que lleva a los Magos de Oriente al establo donde nacía Jesús, sí, ese predicador que los cristianos decimos qué siendo hijo de Dios, nació, vivió y murió por los pobres. Bienvenida esta nochebuena si conseguimos, con propósito de permanencia, ir mejorando adecuadamente en el idioma del amor al prójimo, abandonando la efímera bondad con corto plazo de caducidad.
Les deseo una feliz Navidad y todo lo mejor en 2024.
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