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Se avecina una Navidad que más que una celebración va camino de ser el sueño húmedo de Ebenezer Scrooge ('Bah humbug'), el célebre gruñón antinavideño que protagoniza la novela de Dickens. En todas las familias han empezado los debates sobre a quién se invita y ... a quién se deja fuera, sobre todo en las casas grandes de los parientes ricos, que son habitualmente los que ejercen de anfitriones en las ocasiones especiales de mesa y mantel multitudinario. Los cuñados cuñadistas ya empiezan a tomar posiciones y a hacer la pelota con tono conciliador en todos sus grupos de 'WhatsApp': saben que serán los primeros en caer en el descarte y ninguno quiere verse en fechas tan emotivas cenando más solo que la una, por más que la líe en cada ocasión que se le presenta.
Dice el Gobierno que en las próximas celebraciones, que serán las más tristes de la historia para muchos miles de malagueños, cabemos como máximo a seis por mesa, pero no ha aclarado si los niños computan por medio invitado. Llegado el caso igual se pueden hacer turnos: el grupo A empieza a las ocho, en plan merienda-cena; y así sucesivamente hasta que a alguno le den las uvas. Mucho más allá tampoco, que a la una como muy tarde tiene que estar cada cual en su sofá, dormitando con desgana los programas chorra de la tele.
Raro es el clan malaguita que no se junta en manada para tan señaladas fechas, y en el mejor de los casos el núcleo mínimo, incluidos los consortes, suma más de diez. No quiero pensar en las familias numerosas: tendrán que mandar a algún niño con la vecina. Obviamente, el nivel de cumplimiento va a ser entre nulo y escaso, si bien lo de hacer caso omiso a las normas aquí es una tradición tan arraigada como la Navidad. Imponer un número tan reducido de comensales en la cena de Nochebuena, en el almuerzo del 25 y en la Nochevieja es una medida imposible de controlar, así que, como casi siempre, cada uno hará lo que le dé la real gana.
Dicho lo cual, y ahora me pongo serio, me preocupa que todo este rollo de los cupos y de los horarios sirva para acrecentar la soledad de muchas personas, descolgadas de las familias o que trabajan habitualmente lejos de los suyos, y que viven las fiestas navideñas como un tiempo de reencuentro. La soledad, la depresión y la tristeza también matan, y tanto como el virus, aunque de esta otra pandemia rara vez se diga algo públicamente. Sea en grupos de seis en seis, por turnos o como el santo Gobierno nos deje hacer, todo el mundo se merece tener su lugar en Nochebuena.
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