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Cuando este domingo ustedes me hagan el honor de leer esta columna, será la víspera de Navidad y celebraremos la nochebuena. A la mañana siguiente, 25 de diciembre, el día será bueno, malo o regular, como cualquier otro día. Las catástrofes naturales y las guerras ... y otras maldades de origen humano no miran el calendario para dar tregua a la humanidad. Tampoco toman vacaciones por Navidad las enfermedades y el duelo. Mi hermano Manolo se nos fue un 25 de diciembre. Tengo, por tanto, razones poderosas para permanecer indiferente o incluso hostil frente a esta fecha. Pero no pasa eso, al contrario, cada vez me gusta más la Navidad.
Tienen toda la razón los que dicen que en torno a estas celebraciones se genera un artificial ambiente para mayor gloria y beneficio del consumismo desbocado, con alegría y bondad por doquier y a golpe de decreto, pero eso sí, con corto recorrido. Sin embargo, todo este periodo de fiesta, adornado a veces de muestras de riqueza, tiene un origen muy humilde. Es el punto inicial de un predicador de Galilea, Yeshua ben Yosef, conocido por todos por Jesús de Nazaret, que vivió en tiempo de los emperadores Augusto y Tiberio, y que fue crucificado en Jerusalén por orden de las autoridades romanas en torno al año 30 de nuestra era. Sobre todo lo anterior, parecer haber consenso en la historiografía. A partir de ahí, y atendiendo a los evangelios, sabemos que este hombre predicó desde un firme compromiso con los pobres: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido, para que dé la Buena Noticia a los pobres, Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19). Y también la historia nos enseña que este humilde judío se convirtió en objeto de culto para los integrantes de la secta de los nazarenos (Hechos de los Apóstoles 24, 5), origen de la religión cristiana, pasando de lo que el historiador judío Flavio Josefo llamaba la tribu de los cristianos, formada con «esclavos y desarrapados del mundo mediterráneo», a la confesión religiosa que muchos procesamos en la actualidad. Si además de todo lo anterior, se conmemora el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, eso amigos míos, es cuestión de fe.
Pero no es cuestión de fe que a lo largo de la historia, muchos hombres y mujeres han sufrido igual destino por defender un mundo mejor para todos. Podemos celebrar que los evangelios mencionan una estrella que lleva a los Magos de Oriente al establo donde nacía Jesús, sí, ese predicador que los cristianos decimos qué siendo hijo de Dios, nació, vivió y murió por los pobres. Bienvenida esta nochebuena si conseguimos, con propósito de permanencia, ir mejorando adecuadamente en el idioma del amor al prójimo, abandonando la efímera bondad con corto plazo de caducidad.
Les deseo una feliz Navidad y todo lo mejor en 2024.
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