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La Navidad es una fecha de vocación universal en la que se transmite buena voluntad, al menos es el mensaje primigenio. Celebraremos en unos días el nacimiento en Belén del niño Dios que fundó nuestra era -por eso los años se contabilizan a. C. y ... d. C.-. Y bien es cierto que no es obligatorio creer, pero también lo es que el consenso occidental del añorado siglo XX consistió en hacer de estas fiestas conmemorativas del nacimiento de Jesús de Nazaret una oportunidad para la hermandad y los buenos deseos de la Humanidad. Algo nada despreciable, dadas nuestra agresividad y propensión a los conflictos, las injusticias y la violencia. Naturalmente no todos compartimos creencias, pero sí que todo el mundo admite poseer un amplio deseo de justicia, igualdad y concordia. Quizá ese instinto iconoclasta tan humano hace que también muchos movimientos hagan votos y gestos contra la fe y la tradición que de estas fechas una inmensa mayoría hace gala, en vez de respetar y hasta participar de la alegría y los buenos deseos que a los creyentes nos gustaría transmitir.

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