Pronto se publicará en el BOE la nueva ley para el reconocimiento de personalidad jurídica a la laguna del Mar Menor y su cuenca. A priori cabe saludar un paso más en la protección del medio ambiente, pero también es una oportunidad para replantear si ... estamos legislando en la buena línea o corremos el peligro de convertir en textos legales planteamientos respetables, pero más cercanos a la teología (Thomas Berry). La cuestión no estriba en las habituales objeciones a este tipo de iniciativas, basadas en la ausencia de precedentes o en la 'tradición jurídica'. Si elevamos a dogmas estos muros, nunca se hubiera regulado el matrimonio entre personas del mismo sexo o reconocido derechos hasta ahora inimaginables (derechos digitales), y si me apuran, jamás se habría reconocido la dignidad humana como base del ordenamiento jurídico de atender a la poco ejemplar historia del derecho en materia de derechos humanos. El problema es que me parece que estamos frivolizando el concepto y alcance de los derechos subjetivos, los que nos permiten ser titulares de facultades cuyo ejercicio debe ser protegido por el ordenamiento. Si atribuimos derechos a doquier a animales o la propia naturaleza, confundimos los mismos con las debidas políticas de protección, y lo peor, abonamos el campo para que garrulos sin sentimientos sigan eludiendo las normas ahora vigentes. En otras palabras, los animales y la naturaleza, en la debida proporción (no es lo mismo un animal de compañía que uno de producción), deben ser protegidos, y lo deben ser porque su existencia y bienestar (en el caso de los animales) forma parte de nuestra dignidad humana y del derecho a un medio ambiente sano. Es impensable hablar del libre desarrollo de la personalidad o del derecho a la salud o a la integridad física y moral sin tener presente que son incompatibles con la aberración del maltrato animal (que nos degrada como seres humanos) o con el destrozo de la calidad del aire o de los espacios naturales. ¿Hace falta para esto dotar de derechos a la naturaleza? En mi modesta opinión esto implica estar de vuelta cuando aún no hemos llegado. Es más, el medio ambiente como sujeto de derechos puede avivar el manido y falso debate que opone el desarrollo económico a la legítima defensa de la naturaleza, lo que lleva al injusto reproche de 'ecologistas que todo lo paran'. Defender el medio ambiente no pasa por darle una entidad ecocéntrica al mismo, sino antropocéntrica. En caso contrario, llenaremos el BOE de leyes inaplicables, mientras que las que realmente protegen al medio ambiente tienen que ser defendidas a capa y espada por gestores públicos, ecologistas, funcionarios y jueces, frente a la incomprensión de una parte de la sociedad y de los operadores económicos, que la entienden como un lastre a sus 'maravillosos' proyectos. Cuestión de prioridades.

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