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Probablemente no les suenen ni el nombre ni la historia, pero les aseguro que, desde que la vi hace unos días, no dejo de pensar ... en ella. Natalia no es ni siquiera una persona. Natalia es una chimpancé del Bioparc de Valencia que ha permanecido siete meses abrazada a su cría muerta mientras superaba el proceso natural del duelo. Siete meses, con sus días y sus noches, aferrada al cuerpecito inerte de su bebé, cumpliendo con las rutinas del parque y del grupo de chimpancés con los que comparte espacio pero sin cortar ese cordón umbilical. Como si la vida y las cosas pudieran seguir igual para ella. Estremece por tierna y humana -sí, humana- la imagen de Natalia y de su cría, enredada en el cuerpo caliente de la madre y haciéndose cada vez más pequeña.
Por mucho que pueda parecer un comportamiento extremo, sus cuidadores hablan de un gesto «natural y completamente normal en la crianza de los chimpancés». Y no sólo eso: en estos meses, el grupo ha permanecido junto a ella, acompañándola en el duelo y respetando sus tiempos. «Hemos respetado siempre su decisión, dando mucha importancia a la cohesión de todos y a su salud psicológica», añaden los que a diario seguían la evolución de Natalia. La madre se ha convertido en noticia porque hace unos días decidió dejar delicadamente los restos de su bebé sobre la hierba, poniendo fin a un luto que ha durado casi tanto como el embarazo en las chimpancés (y en las humanas, no lo olviden).
Seguro que a algunos les parecerá ridículo y hasta exagerado, pero la historia de Natalia habla de las cosas importantes. La historia de Natalia habla de humanidad. Y viendo sus fotos recuerdo un discurso emocionante de Jane Goodall, la primatóloga que ha dedicado su vida al estudio, el cuidado y la defensa de esta especie. La doctora, que a sus 90 años sigue recorriendo el mundo creando conciencia sobre el respeto al mundo animal, nos recordaba lo arrogantes que somos por pensar que somos diferentes a los chimpancés. «Ellos pueden fabricar herramientas y experimentar emociones como la tristeza y la alegría. También hacerse cosquillas y participar en guerras». O participar del amor, como Natalia.
Les decía que no puedo dejar de pensar en esta historia porque la descubrí casi al mismo tiempo que otra noticia que habla de la parte más oscura y despreciable del ser ¿humano?: la de la causa abierta en los juzgados de Málaga contra un tipo por abusar de seis niñas de su propia familia, seis menores de edad a las que presuntamente realizó tocamientos, aprovechándose de su confianza. Leí después los comentarios a la noticia, donde alguien cargaba, por ser suave, contra el «comportamiento animal» de este individuo. Y pensé en la historia de Natalia y su cría. Y en cómo de lejos estaba esa reflexión de la realidad que a veces nos muestra el otro lado: la de animales capaces de lo mejor y la de humanos capaces de todo lo contrario.
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