
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El malagueño Antonio de la Torre es, además de un magnífico actor y un buen tipo, una persona sensata y madura, dos cualidades que, precisamente, ... no son fáciles de encontrar en estos tiempos. A ellas suma el compromiso –personal, político y social– y el arrojo, capaz de llevarle por caminos complicados en los que tiene la habilidad de manejarse con el olfato de un pillo. Él fue de los que habló claro y alto, durante la gala de los premios Goya celebrada en Granada, sobre el caso de la actriz española Karla Sofía Gascón, cuya carrera hacia el Oscar por su interpretación en la película 'Emilia Pérez' quedó fulminada cuando una periodista canadiense desempolvó unos comentarios racistas publicados en redes sociales cuando no era nadie en el mundo de la interpretación. La productora, el director y compañeros de reparto la han repudiado, imagino que más por intentar minimizar el impacto que por sentirse ofendidos por estos 'tuits'.
Por contextualizar un poco, hace seis años Karla Sofía Gascón escribió frases como «cuántas veces más la historia tendrá que expulsar a los moros de España... todavía no nos hemos dado cuenta de lo que significa esta amenaza de civilizaciones que constantemente ataca a la libertad y coherencia del individuo. No se trata de racismo, se trata del islam», «Hitler creía que su pueblo era divino porque pertenecía a una raza superior. Todos acabaron con él, ahora la esvástica siquiera puede reproducirse. La Iglesia, el islam, etc, etc. han causado millones de muertes más a lo largo de la humanidad y ahí siguen. Da que pensar».
A partir de que la periodista Sarah Hagi rescatara estos mensajes, sin duda condenables, la actriz trans pasó de ser un símbolo e inspiración de las minorías y firme candidata a ganar un Oscar como mejor actriz a convertirse en una repudiada por racista e islamófoba. Bastaron unos minutos para que todo lo que la encumbró se derrumbara bajo una ola de cancelación.
Antonio de la Torre fue preguntado por este caso y en apenas un minuto dio una lección no sólo de periodismo –él estudió y trabajó en este oficio– sino de coherencia. Tras reconocer que le faltaba información y que no todo es tolerable –en relación a los comentarios– aseguró: «Como actor tengo que decir que la cancelación es peligrosa, cancelar es un verbo muy peligroso, y hay que reflexionar sobre cómo valoras al artista, si por lo que hace o por lo que dice». «Como experiodista que soy –dijo– prefiero la libertad de expresión a la censura».
Al mismo tiempo recordó la cacería de la que fue víctima el actor Kevin Spaicy en la época del 'me too', del comportamiento de la sociedad y de sus propios compañeros y de que, al tiempo, fue absuelto de los nueve cargos de abuso sexual de los que fue acusado. En un tono similar se expresaron Luis Tosar, Bayona, Pilar Palomero, Aitana Sánchez-Gijón y otros muchos actores y directores, aunque es cierto que otros prefirieron ponerse de perfil y deambular por esa cómoda línea de la ambigüedad en la que no se sabe bien qué es lo que realmente piensa o quiere decir. Si van o si vienen.
Los comentarios realizados por Gascón en las redes sociales pueden ser inaceptables, aunque yo creo que, más bien, son sandeces del género tonto y destilan esa refrenable necesidad de algunos –en este caso de ella– de hacerse oír, de provocar y de ser relevante aunque sea durante unos segundos. Esa incontinencia verbal inversamente proporcional a la inteligencia. Su ascenso fue tan rápido como meteórica su caída, aunque todo ello nada tenga que ver con su talento como actriz. Ser buena actriz no implica ningún otro talento, ni siquiera el de buena o mala persona.
De lo que se trata en este asunto es de reflexionar sobre lo que se ha venido a llamar cultura de la cancelación, una forma de censura excluyente, de aniquilación social, de vergüenza pública de aquellos que dicen o hacen algo considerado ofensivo por la turba de lo políticamente correcto. No se pretende entender, debatir o comunicarse. Ni si quiera se contempla el perdón o la disculpa. Se trata, tan solo, de aniquilar sin apelación posible.
Son muchos, especialmente del mundo de la cultura, los que han sido víctimas de esta cancelación, incluso personajes históricos pasados por la trituradora del revisionismo histórico. Como dice José Antonio Marina, «la historia no debe cancelarse, sino conocerse con toda profundidad para aprender de ella». «¿Qué pienso sobre la cultura de la cancelación? Que como todo el movimiento 'woke' tiene un comienzo legítimo, pero pierde la razón por la filosofía postmoderna en que se funda, y por una dosis de revanchismo demasiado grande», asegura el filósofo español.
Al final, nadie está a salvo de esta cultura de la cancelación y, como sociedad, haríamos bien en establecer mecanismos para defendernos y actuar contra ella. Tan absurdos son los pensamientos de algunos personajes –negacionistas, homófobos, etc.– como los planteamientos de aquellos que pretenden masacrarlos. Uno tiene que asumir la responsabilidad de lo que dice o hace y pagar el precio, pero nada puede justificar el empeño de la jauría pública de exterminar social, personal y profesionalmente a alguien, por tonto o radical que sea. Permitir, por acción u omisión, la cultura de la cancelación nos embrutece como sociedad y nos asemeja a los inquisidores, excluyentes y dictadores de los que tanto decimos huir.
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