Mi abuela materna solía ponernos test a los nietos sobre lo que antes se llamaba 'urbanidad'. Me acuerdo ahora del 'test de la acera': «Si ... dos personas van en dirección contraria por una acera, ¿quién debería ceder primero el paso.? El hombre si la otra persona es una mujer, el joven, si la otra es mayor, etc. «¿Y si los dos son exactamente iguales?», preguntaba mi abuela, cuando se le habían acabado los ejemplos. Ante la duda de los nietos contestaba ufana: «¡el más educado¡» Comprenderá el lector que no nos costó mucho esfuerzo entender la indignación de mi madre (¡la hija de mi abuela¡) cuando muchos años después, ya muy vieja e impedida, paseando por la calle un adolescente, le obligó a bajar de la acera y cuando afeó su comportamiento el joven, sin detenerse, le gritó: ¡muérete vieja¡. Nada más lejos que hacer de esta anécdota una categoría sobre el comportamiento de los jóvenes. Todos hemos cambiado, seguramente a mejor. También los viejos. Tienen más autonomía económica (gracias a las pensiones) y son más sanos y longevos.
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Los viejos de hoy tienen cuerda para rato, lo que es sin duda una buena noticia, aunque les convierta en un obstáculo potencial para el progreso de los jóvenes. Naturalmente esta 'prevención' hacia los viejos no será reconocida sin más, pues el respeto a los ancianos es uno de esos tabúes que la humanidad arrastra desde sus comienzos y que, como todos los tabúes, contribuye a mantener encadenados los sentimientos oscuros que anidan en el interior del subconsciente personal o colectivo. Pero, a lo largo del siglo XX las coordenadas morales han cambiado lo suficiente como para que muchos de los tabúes ancestrales salten por los aires. Los nuevos patrones morales (no debemos olvidar que la moral es algo que tiene que ver con las costumbres) están favoreciendo que los viejos conflictos (del 'amo y el esclavo' ), se trasladen al interior del 'alma humana' y en lo que nos concierne hoy, al tácito pacto intergeneracional entre jóvenes y viejos. Unos hijos que no ven en los viejos su propio futuro sino un obstáculo para conseguir sus inmediatos objetivos y unos viejos que están comenzando a recibir en sus propias carnes buena parte de la medicina que ellos, jóvenes no hace tanto, ya habían comenzado a recetar. Una generación de padres y abuelos culpables, ¡alguien tiene que serlo! que, para colmo, en vez de cumplir con su obligación generacional de 'desaparecer sin molestar', se empeñan en sobrevivir haciendo interminable la espera del relevo.
Mirado desde la acera de los viejos, de los jubilados, la queja es muy diferente, aunque parece un reflejo invertido en el espejo de la queja de los jóvenes. Olvido, indiferencia, muerte (psicoanalítica) del padre (o de la madre), adanismo. Eso dicen los viejos de los jóvenes. Qué lejos quedan las palabras entusiastas de Cicerón sobre los viejos. Pero el pasado está muerto y enterrado, el presente es el que es y sobre el futuro permítanme, si acaso, que para terminar este artículo lo imagine con una distopía. Uno de los grandes cambios que se están produciendo en la gestión del futuro es su privatización. Los súper millonarios están creando grandes centros de investigación y contratando a los mejores científicos del mundo al servicio de sus caprichos (o de sus ideologías). Una de esas líneas de investigación es el envejecimiento e incluso la inmortalidad. A mí se me ocurre que bajo el señuelo de la búsqueda del santo grial de la inmortalidad, un asunto hasta ahora solo en mano de los dioses, estos ricachones adolescentizados solo están buscando la manera de alargar su propia vida al tiempo que tratan de acortar la vida de los otros. En realidad no les harían falta los probos científicos, pues basta para ello el mantenimiento de las desigualdades evitables que con tanto empeño mantienen, pero yo me imagino, -he aquí la distopía- que incapaces de conseguir la inmortalidad de sus amos dedican su infructuoso tiempo en buscar maneras de limitar la vida de todos los demás. Técnicamente no debe ser muy complicado. Pero no quiero seguir dando ideas. Desde luego, mucho más fácil que conseguir un aumento de la esperanza de vida para toda la humanidad y no solo para los privilegiados de la fortuna. Sería, además, dicho aquí con ironía, un descubrimiento de enorme utilidad.
En primer lugar, para los viejos que no se puedan costear 'la inmortalidad', que así podrían abandonar este mundo sin tener que sufrir la fragilidad, eludiendo el vacío y la falta de respeto y consideración intergeneracional. Una muerte programada, por así decirlo. Para los jóvenes podría ser, también, una gran oportunidad, pues se verían liberados del cuidado de los viejos y, sobre todo, felizmente condenados a un futuro finito y programable.
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De esta forma podrían vivir intensamente su presente al eliminar la pesada carga de una vana esperanza, pues la biotecnología habría conseguido hacer desaparecer 'el futuro' (personal), que será si acaso un lujo que solo podrán disfrutar estos nuevos ricos que para entonces habrían conseguido segregarse definitivamente del resto de los mortales. Será ese el momento en el que ya no habrá viejos sino un presente continuo, en el que ni siquiera existirá tal cosa como el futuro. Un nuevo mundo en el que ya no será necesaria 'la urbanidad' pues, ¿para qué sirve la urbanidad en un mundo sin futuro? Un mundo, eso sí, en el que mientras dure, gracias a la tecnología, todos seremos felices y comeremos perdices.
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